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Que cree más de lo que piensa |
Oímos
hablar y con cierta frecuencia de alguien que no cree en
nada. Pero este alguien no existe. Es imposible que exista; pues si
existiera, tampoco podría creer que no cree en nada. Sin embargo
cree que no cree en nada. Eso por lo menos lo cree. En realidad
cree muchísimo más. Cree que existe un país llamado
Nueva Zelanda sólo podría saberlo, si hubiese estado
allí. Es decir, que cree en su libro de geografía,
en su atlas o a las personas que le han hablado de Nueva Zelanda. Cree
que el tren de Zurich a Basilea sale a tal y tal hora. Es decir que
cree en la guía de ferrocarriles. E incluso si hubiese estado
tomando el tren a diario desde hace más de seis meses, tampoco
sería suficiente motivo para que hoy volviera a salir a la misma
hora. Cree que su mujer le es fiel. Cree que es el hijo del señor
al que llamaba papá de niño y de la señora
a la que llamaba mamá. ¡Es un saber que él
no puede saber! Todo es pura cuestión de fe. También cree
al maestro en la escuela.
Incluso cree muy a menudo en cosas terriblemente inverosímiles; por ejemplo, que va a ganar a la lotería o que la Unión Soviética esta vez cumplirá su palabra. Sí, cree en una serie de cosas de las que sabe que no son ciertas: que el cielo está azul en un hermoso día de verano a pesar de que esto es sólo una ilusión relacionada con la refracción de la luz, que el sol sale en el este y se pone en el oeste, aunque ésta es también solo una ilusión originada por la rotación de la tierra. Vemos que cree en un montón de cosas. Sólo cuando se trata de Dios, entonces no cree en nada. Su propia existencia le parece natural y la del universo también. La religión está bien para las mujeres (que son débiles) y para los curas (que para eso les pagan). En realidad, generalmente las mujeres son todo menos débiles y los «curas» ganarían mucho más dinero en cualquier otra profesión. En realidad, el que afirma no creer en nada y cree tanto y en tantas cosas falsas, no sabe lo que es la fe. Que existen dos clases de fe: el conceder confianza a lo que se considera digno de ella, y la otra clase, que es de naturaleza sobrenatural y un don gratuito de Dios. ¡Acabáramos! Entonces yo no tengo la culpa de no tener fe. A mí Dios no me ha dado la fe. ¿Cuándo le ha pedido que se la dé? | |||||
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