Un maltratador juega en el parque
Porque, al ritmo que van las cosas, los infantes y adolescentes de hoy son los violentos de mañana.
Miguel Aranguren
ALBA , 23 de noviembre 2007
La sangre del pelícano

 

 

La raíz del problema

        Los diarios están plagados de historias de desamor con final trágico. También los programas de noticias de la televisión o de la radio. No hay día en los que la sangre de una pobre mujer no te salpique a la cara. Al asunto le llaman “violencia de género”, uno de esos términos que beben de la cursilería para transformarse en bandera ideológica. Yo prefiero referirme al problema como “crimen o violencia pasional”, que era la manera con la que lo clasificaban los antiguos periódicos de sucesos. Es la pasión, el desorden en los afectos, el motivo principal de cada una de esas barbaridades que, por desgracia, forman parte de la información de cada día y no el “género”, palabra apropiada para la botánica o la veterinaria, digo yo, ajena por completo a las causas que llevan a un hombre a romper en cuchilladas el cuerpo de su esposa o de su amante, a lanzarla por la ventana o a quemarla con ácidos corrosivos.

        Si estos crímenes atroces o si las amenazas y las palizas recurrentes fueran una excepción, entendería que las autoridades buscasen medidas disuasorias como las pulseras de detección, el alejamiento forzoso, etc. Pero lo habitual de estos sucesos nos obliga a un planteamiento de fondo: ¿En dónde se esconde la raíz de este comportamiento reiterado? ¿Es que nuestra sociedad fabrica asesinos en serie? Me recorre un escalofrío al pensar en los niños que juegan en los parques, al contemplar a los adolescentes del botellón de la plaza, ya que son los maltratadores del mañana. Ahí están, muchos de ellos hijos de matrimonios rotos, entre libros de Educación para la Ciudadanía, el fácil acceso al alcohol, la práctica del sexo seguro, las series de televisión en las que los valores hacen mutis por el foro y la afición a la bronca callejera. Es posible que en su vida no haya un solo referente para imitar, que su juventud no encuentre nada que merezca la pena y que los mejores años de la vida se los pasen reventándose los granos de la cara, como el deshumanizado personaje de “El guardián entre el centeno”. Habían nacido para ser felices pero van, paso a paso, hacia un destino de destrucción monstruosa.