Confiar en la fuerza de la educación
Alfonso Aguiló
Carácter y acierto en el vivir:100 relatos y reflexiones sobre la mejora personal

 

Deseos, sentimientos y pasiones

        Cuando un sentimiento monopoliza la vida afectiva de una persona en un determinado momento y le impulsa con gran fuerza a actuar de una determinada manera, ese sentimiento se convierte en una pasión. Por eso, cuando los sentimientos amorosos son muy intensos y dominan a una persona, se habla más bien de pasiones amorosas. Lo mismo ocurre con la envidia, el odio, la desesperanza o la agresividad: pueden ser un sentimiento o una pasión, según la intensidad y el efecto que produzcan en la persona.

        Por su parte, los deseos están antes y después de los sentimientos. Los deseos engendran sentimientos, pero también pueden ser engendrados por ellos. Por ejemplo, un deseo frustrado puede provocar un sentimiento de furia, y ese sentimiento engendrar después a su vez un deseo de venganza.

        Por otra parte, los deseos reciben energía de los sentimientos que les acompañan. A su vez, no es lo mismo tener deseos que proyectos, puesto que puedo sentir deseos de cosas que nunca proyectaré realizar. Todo proyecto suele ser consecuencia de un deseo, pero no todos los deseos llegan a concretarse en proyectos. A veces incluso es difícil saber qué deseos hay detrás de un determinado proyecto personal, igual que a veces es difícil saber por qué nos gusta lo que nos gusta, o por qué nos disgusta lo que nos disgusta.

        Entre el sentimiento y la conducta hay un paso importante. Por ejemplo, puedo sentir miedo y actuar valientemente. O sentir odio y perdonar. O estar agitado interiormente y actuar con calma.

En ese espacio
entre sentimientos y acción
está la libertad personal.

Origen de la forma de ser

        —Pero esa decisión se produce en parte en ese momento concreto y en parte antes, pues depende de cómo somos, de nuestro carácter.

        Se decide en parte entonces y en parte a lo largo de todo ese proceso previo de educación y autoeducación. A lo largo de la vida se va creando un estilo de sentir, y también un estilo de actuar.

        Por ejemplo, una persona miedosa siente miedo porque se ha acostumbrado a reaccionar cediendo al miedo que espontáneamente le producen determinados estímulos, y esto ha creado en él un hábito más o menos permanente. Ese hábito le lleva a tener un estilo miedoso de responder afectivamente a esas situaciones, hasta acabar constituyéndose en un rasgo de su carácter.

        De la misma manera, la compasión, la dureza de corazón, la seguridad o la inseguridad, el tono vital optimista o pesimista, la curiosidad inquieta o la indolencia, la agresividad o la tolerancia, son también estilos sentimentales que se van configurando.

El punto de partida

        Los estilos de sentir y de actuar están íntimamente relacionados, pues siempre hay sentimientos y deseos que preceden, acompañan y prosiguen a cada acción. Hay personas incapaces de dominar un deseo, y otras, por el contrario, incapaces de desear nada. Es preciso encontrar un equilibrio, porque ambos extremos generan estados sentimentales y comportamientos muy problemáticos.

        —¿Y cómo piensas que puede lograrse ese equilibrio?

        Trabajando a partir de lo que somos ahora mismo. No podemos cambiar nuestra herencia genética, ni nuestra educación hasta el día de hoy.

Pero sí podemos pensar
en el presente y en el futuro,
con una confianza profunda
en la gran capacidad de
transformación del hombre
a través de la educación.