Capacidad de establecer contacto personal
Alfonso Aguiló
Carácter y valía personal

 

 

Algo muy sutil

        «Yo veía –me contaba con cara seria David, un chico de quince años, refiriéndose a uno de sus profesores– que aquel hombre lo pasaba realmente mal en nuestra clase.

        »Y entonces me acordé de que ese profesor nuestro tendría mujer, y seguramente hijos. Y pensé en ellos, en que probablemente le estarían esperando esa noche para cenar, y le llamarían de tú, y le darían un beso al llegar a casa. Tenían este padre grandote y cansado, digno de todo cariño, al que nosotros estábamos impacientando y despreciando con aquel barullo.»

        Según le iba escuchando, pensaba en la notable capacidad que tenía David para observar y reconocer los sentimientos de otros. Aquel chico, a quien ya conocía de tiempo atrás, tenía un sorprendente talento para comprender lo que sucedía en el interior de las personas, y eso le hacía ser muy sociable. Era de esas personas con las que resulta agradable estar porque su destreza emocional hace a cualquiera sentirse bien a su lado.

        Y pensaba en que las personas que son así tienen una valía especial, pues pueden influir muy positivamente en los demás. Son aquellos a quienes todos se dirigen cuando necesitan un consejo, unas palabras de consuelo o un rato de conversación. Era evidente que David lograba establecer enseguida un contacto personal con cualquiera. ¿A qué se debía?

        No resultaba fácil saberlo, pues era algo muy sutil, un conjunto de cualidades un tanto misteriosas, que se manifestaban en su forma de saludar, en el tono de voz que empleaba, en el modo de interesarse por un detalle personal, en una mirada que despierta un sentimiento de cercanía y de conexión, que hace al interlocutor sentirse bienvenido y valorado. Pero, sobre todo, David reconocía muy bien cómo se sentían las personas.

Interés en fijarse

        —¿Y cómo se desarrolla esa capacidad?

        Desarrollando la capacidad de observación, y siendo capaces asociar esos sentimientos que vemos en los demás a unos determinados gestos, comentarios, expresiones faciales, tonos de voz, tipos de reacciones, etc., que también observamos simultáneamente en ellos.

        —Pero eso suena un poco a obsesión psicológica por catalogar a la gente, ¿no?

        No se trata de eso. Puede y debe ser algo muy natural. Por ejemplo, hay personas que parecen no tener apenas capacidad para darse cuenta de si su cónyuge, su hijo, su padre, su compañero, su vecino, o quien sea, tienen buena o mala cara. ¿Por qué? Porque quizá nunca se fijan en la cara que los otros ponen, o porque van un poco a lo suyo, o no se les ocurre prestar atención a eso.

        Cuando se pone un poco de interés, pronto se distingue con claridad que la cara que trae hoy es la de disgusto (o de alegría radiante). O que esa sonrisa forzada indica sutilmente que no le ha hecho ninguna gracia la broma que le han hecho. O vemos que ha torcido el labio como hace siempre que empieza a enfadarse. O que esas ojeras y la palidez de la cara revelan una larga noche de insomnio. O que ese otro silencio, o esa significativa ausencia, indican una determinada situación de crisis interior.

De gran interés para la amable convivencia

        Es preciso aprender a interpretar los rostros. Nuestra cara y nuestros ojos reflejan misteriosamente nuestro estado interior, y almacenan una enorme carga de información, de innumerables sentimientos y motivaciones. A medida que avancemos en ese aprendizaje emocional, cada vez lograremos interpretar mejor los sentimientos que embargan a una persona, e iremos sabiendo mejor cómo comportarnos ante ella, e incluso cómo prever esos sentimientos. Esto último es especialmente importante, pues podremos saber con bastante exactitud, por ejemplo, cuándo una persona está a punto de enfadarse, o, mejor, qué es lo que le puede molestar, y qué es lo que le puede alegrar o tranquilizar.

        En cambio, las personas que desarrollan poco esa habilidad para captar y transmitir emociones suelen tener problemas, pues despiertan fácilmente la incomodidad de los demás. Y lo más doloroso para ellas es que –precisamente por su incapacidad para reconocer los sentimientos de los demás– no logran entender bien por qué los otros se molestan.

        Por ejemplo, saber ajustar el tono emocional de una conversación es una habilidad extraordinariamente importante en las relaciones humanas, y muestra de un control inteligente y profundo de la propia vida emocional. Es una habilidad que algunos poseen en alto grado de modo innato (igual que otros nacen más dotados para determinados deportes, o para el ritmo musical, o para actuar en público), pero está claro que son habilidades que cualquiera puede desarrollar poco a poco, con esfuerzo, motivación y tiempo.

Las personas más dotadas
para las relaciones humanas son aquéllas
que observan los sentimientos de los demás,
saben reconocerlos,
saben preverlos
y saben estimularlos positivamente.