La ética después de Auschwitz
Gonzalo Herranz Departamento de Humanidades Biomédicas
Diario Médico (Madrid)
 

        La semana pasada, Javier Júdez publicó un hermoso artículo en Diario Médico con ocasión de cumplirse los 60 años de la liberación de Auschwitz. En él, nos ha recordado una historia que nos conviene no olvidar: que nadie está libre de la tentación de dejarse embrutecer por la pasión de saber, ni de convertirse en un poseso de la peor de las furias: la furia cientifista. Muy oportunamente Júdez nos invita a mirar sin parpadear aquel pasado cruel, para que podamos enfrentar el futuro con ponderación y responsabilidad.

        Júdez alude al formidable progreso ético que en el campo de la investigación biomédica media entre los años de la segunda guerra mundial y el presente que vivimos. Y aduce como prueba el Protocolo adicional al Convenio de Oviedo sobre Investigación Biomédica que hace unos días se ha puesto a la firma de los Estados que integran el Consejo de Europa.

        Sería muy interesante saber cuántos lectores de Diario Médico han leído de punta a cabo el artículo de Júdez. Y cuántos se fueron a la página de Internet del Consejo de Europa para leer que dice el Protocolo y el Informe Explicativo que lo acompaña. Podríamos así tener unos índices que nos dijeran hasta qué punto el interés por la ética de la investigación biomédica ha arraigado entre nosotros.

        Porque no es lo mismo predicar que dar trigo. No han faltado ocasiones en la historia, relativamente breve, de la ética de la investigación biomédica, en que los investigadores no se han preocupado en serio de comprender y practicar la sabiduría moral contenida en los grandes documentos en que se ha ido plasmando. Uno de ellos, el Código de Nuremberg.

        
Un desprecio olímpico

        Javier Júdez nos dice que el Código de Nuremberg se convirtió durante la expansiva época investigadora de la posguerra en la concreción para la investigación de los recién proclamados Derechos Humanos. No es esa la conclusión a la que se llega cuando se distingue entre hechos y ditirambos. Se dice que fue el momento inaugural de la ética médica contemporánea, que despertó la conciencia de la sociedad hacia los problemas éticos de la investigación biomédica, que es el documento más importante en la historia de la ética de la investigación médica y el primum movens en el proceso que condujo a la protección de los derechos de la persona sometida a experimentación.

        La verdad es que el Código de Nuremberg pasó inadvertido: no fue noticia, nadie se fijó en él hasta casi 25 años después, en que fue rescatado del olvido y rehabilitado a su lugar de prestigio actual. Las grandes revistas no se hicieron eco prácticamente de la sentencia fulminada en agosto de 1947 contra los investigadores nazis por sus crímenes. Una revisión escrupulosa de las grandes revistas médicas lo muestra. La única excepción es el JAMA: la sentencia contra los médicos nazis no aparece hasta el 29 de noviembre de 1947 bajo la forma, extremadamente humilde, de una carta de su corresponsal en Berlín, que incluye una versión muy abreviada de las diez cláusulas del Código. El BMJ, que informó de algunas incidencias del juicio, no dio noticia del Código de Nuremberg. En la bibliografía sobre ética de investigación publicada entre 1947 y 1964, estudiada por Schaupp, sólo dos trabajos citan la sentencia.


La lección que hay que aprender

        Júdez nos recuerda al final de su Tribuna que en el siglo XXI hemos de enfrentarnos a muchos retos y que el espíritu de Nuremberg puede ser una buena ayuda para enfrentarnos a ellos.

        Nada más cierto. El olvido de Nuremberg se explica por la actitud de la sociedad de la posguerra hacia la investigación científica. En los países vencedores dominaba un ciego optimismo general ante el poder benéfico de la ciencia, el convencimiento de que lo mismo que, gracias a la investigación, se había ganado la guerra contra las potencias del Eje, se ganarían las batallas contra la enfermedad y la pobreza.

        Y, sin embargo, aquellos fueron tiempos de un paternalismo muy duro en investigación, en que estaba permitido todo lo que fuera en favor de la ciencia. Nadie que trabajara en investigación humana antes de 1965 -ha advertido Bob Levine- podrá recordar qué era eso de obtener el consentimiento voluntario e informado conforme a las normas de Nuremberg". Las investigaciones del Comité Asesor sobre los Experimentos de Irradiación han demostrado que hasta bien entrados los años 60, el Código de Nuremberg careció de influencia entre los principales investigadores estadounidenses: veinte años de olvido.

        Esa es la lección que hay que aprender: no bastan los grandes convenios ni sus protocolos adicionales, no es suficiente dictar leyes o promulgar decretos, ni sirven de mucho las declaraciones éticas ni los comités que las aplican, si no hay una genuina conversión en el corazón de los investigadores y de los políticos de la ciencia. La lección consiste en aprender qué es, en qué consiste y cómo se manifiesta, el respeto por la integridad y la libertad del ser humano, hechura de Dios, de modo que la reverencia por todos los seres humanos, por humildes que sean, se anteponga a la búsqueda de datos nuevos y curaciones de maravilla, a la sed de prestigio personal o de beneficios económicos, a las pasiones que con tanta frecuencia se apoderan del alma del investigador.

        Ciertamente, una lección tan necesaria como difícil de aprender en los tiempos que corren.