¿A quién echas las culpas?
En la calle y en casa         Hace poco leí algo que me pareció realmente acertado y de gran sentido común. Se trata de una forma de medir a las personas.

        Consiste en observar cómo valoran ellos a quienes les rodean. La gente para la cual todos sus compañeros son estupendos, sus familiares formidables y sus jefes unos buenos tipos, es que ellos mismos son estupendos, formidables y buenos tipos. Y, por el contrario, las personas que no ven más que defectos en todo el que tienen alrededor, generalmente son ellos los que están llenos de defectos.

        También en la familia podemos acabar siempre por echar la culpa de todo a las dificultades del ambiente, a la falta de medios, a las incompatibilidades de carácter..., o a lo que sea, pero siempre a cosas externas a nosotros. Y eso es mala señal, pues es indudable que habrá también fallos y defectos nuestros —probablemente más de los que pensamos—, y hemos de tener la valentía necesaria para enfrentarnos a ellos y así mejorar.

A la raíz

        Sé sincero contigo mismo, y sé crítico con tus propias excusas. No te fabriques versiones apañadas a tu propio interés, no eches siempre las culpas fuera. No se trata tampoco de cargar con absurdos complejos de culpabilidad, ni de ir por la vida haciendo ostentación de autoculpismo. Se trata, por ejemplo, de preguntarse ante los errores de los hijos:

  • ¿Por qué ha hecho esto hoy este hijo mío?

  • ¿Qué error he cometido yo en su formación para que ahora haya actuado así?

  • ¿Cómo puedo remediarlo en lo sucesivo?

        No se trata de echarse a uno mismo la culpa de todo. Pero es importante hacer una llamada a la sinceridad total con uno mismo a la hora de analizar los problemas de la familia y ver honradamente cómo mejorar.

Responsables

        Hace poco me decía un padre de familia hablando sobre su hijo: "Es que es igual que yo...; yo quisiera que fuera distinto, pero tiene un carácter idéntico al mío...".

        Y ciertamente el carácter de los hijos es en gran parte una réplica del de los padres. Por eso te recomiendo que tengas el valor de pensar si a veces no eres tú mismo tu mayor enemigo a la hora de educar. Examínate con sinceridad. No te ampares en coartadas fáciles. Cambia aquello que no vaya bien en tu vida. Procura aprender cada día un poco sobre tu oficio de educador. No olvides que quien tiene el privilegio de enseñar no puede olvidar el deber de aprender.