El odio mata

Alex ROSAL,
La Razón 02.06.04

Sobrados motivos para el rencor          Así lo experimentó el vietnamita François-Xavier Nguyen van Thuan en el campo de concentración de Phun-Kanh, a 450 kilómetros de Saigón (Vietnam). Cuando lo apresaron era el año 1975, el momento más álgido de las tiranías comunistas en el sureste asiático. Pasó 13 años recluido, nueve de los cuáles estuvo en régimen de estricto aislamiento. Muchos días apenas podía respirar. Su diminuta celda carecía de ventanas; tan sólo había una mirilla por donde se colaba una fina brisa de aire húmedo y cálido. Van Thuan tumbaba todo su cuerpo en el suelo para pegar su nariz a esas ventanucas y evitar así morir asfixiado. Todas las jornadas reclamaba la misma rutina para sobrevivir a esa dura maldición. Además, tanto él como sus compañeros de prisión recibían un día sí y otro también una buena ración de palos, palizas, torturas y malos tratos a los que ya casi estaban acostumbrados. Phun-Kanh era posiblemente lo más parecido al infierno. Sobrevivir en ese campo de concentración era un milagro. Pero los que sobrevivían, morían, curiosamente, tiempo después de ser liberados.
Pero es necesario perdonar

        "Muchos de mis compañeros de cárcel comenta Van Thuan, incapaces de perdonar a los que nos hacían daño, murieron algunos meses después de la liberación a consecuencia de la ira acumulada y de los traumas sufridos. No estaban aislados; vivían en compañía de otros, pero, una vez de vuelta a casa con la familia, que los esperaban con ansia, se quedaban en un rincón, traumatizados y llenos de hastío contra sus parientes, que los consideraban culpables por no haber hecho todo lo posible para liberarlos antes". También arremetían internamente contra las autoridades comunistas que los habían apresado, contra los inhumanos carceleros... Como no tenían medios para vengarse, odiaban. Odiaban con todas las fuerzas mentales posibles como creyendo que podían trasladar esas maldiciones internas contra sus enemigos. Y, éstos, muy tranquilos, como sin inmutarse, seguían disfrutando de su vida sin sentirse odiados.

         El odio mata, pero mata al que odia. Aunque sea por egoísmo, compensa perdonar. Aunque cueste, compensa perdonar. Aunque parezca imposible... no hay otro camino para vivir feliz y en paz con uno mismo: hay que perdonar. Aunque el merluzo del quinto te haya hecho la gran jugada, es necesario perdonar.