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Aunque estemos en el siglo XXI europeo |
Fui a misa a una parroquia de Lérida, en una tarde gélida. El templo estaba cerrado y las luces apagadas, así que me dirigí al lateral del edificio, en donde se encuentran los despachos parroquiales y la residencia de los curas, a preguntar a qué hora se celebraba. Allí me encontré con un hombre mayor, o más que mayor, envejecido y descuidado. Vestía un abrigo raído y unos zapatos que hacía tiempo que no se encontraban con el betún. Buenas noches, le dije Buenas..., me respondió con media sonrisa ¿No hay ningún sacerdote? Sí, están adentro. Me están preparando un bocadillo.
El hombre tenía ganas de hablar. Me contó que vivía en la calle y que dormía en la puerta de unas oficinas protegido con cajas de cartón y algunas mantas.
El guarda de seguridad del edificio es muy buena persona, ¿sabe? Me deja dormir allí y guardar mi ropa bajo unas escaleras. Pero yo se lo dejo todo limpio y ordenado, no se crea...
El mendigo tenía hambre; no había comido en todo el día y sabía a dónde acudir para que le dieran un bocadillo de queso.
O de jamón, que el día que tienen, me preparan uno de jamón..., puntualizó. | |
Las teorías y la práctica más costosa pero eficaz |
Es curioso. Los políticos se desgañitan hablando de igualdad, de solidaridad y de demandas sociales. Los intelectuales te enumeran al detalle todas las causas de la pobreza y proponen soluciones estupendas para erradicarlas. Los activistas protestan y gritan que otro mundo es posible. El burgués medio cualquiera de nosotros, vaya, ve las imágenes de niños hambrientos en el telediario de la noche cómodamente sentado en su sillón y emite una leve queja. Los famosos de turno van a una cena benéfica de ésas de 600 euros el cubierto, se sacan la foto de rigor, dicen ante las cámaras lo mal que va el mundo y que pobrecitos los niños de África y al día siguiente se gastan el doble en cualquier capricho. Pero mientras todo esto ocurre, los pobres no tienen ninguna duda: cuando tienen hambre, ya saben a qué puerta tocar.
Esto me recuerda a aquella anécdota de la beata Teresa de Calcuta. Cuentan que, en una ocasión, alguien la increpó porque, a su juicio, se limitaba a poner parches a la pobreza en vez de ir a la raíz. La Madre no perdió la serenidad ni su habitual dulzura. Mientras ustedes debaten sobre cómo acabar con el hambre en el mundo, yo me voy a dar de comer a mis pobres. Ahí se acabó la discusión.
Si alguna vez tienen ustedes dudas, pregúntenles a los pobres si prefieren dirigirse a los políticos, a los intelectuales, a los famosos, a los futbolistas o a la Iglesia. No falla. Ni la prueba del algodón es más fiable. | |
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