“Hoy en día se muere casi a escondidas”

Concepción Poch. Nací en Barcelona hace 56 años. Estoy casada y tengo dos hijas. Soy licenciada en Filosofía y Psicopedagogía. Doy cursos de pedagogía de la muerte y de la vida a educadores y padres. De la política me interesa la honestidad y la eficacia. Soy cristiana. Publico con Olga Herrero “La muerte y el duelo en el contexto educativo” (Paidós).

Ima Sanchos. La Vanguardia. 24-9-2003.
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        —Se ha muerto la abuelita.

        —Lo siento mucho.

        —¿Cómo se lo explico al nieto?

        —Inmediatamente, utilizando un tono de voz cálido e interesándose por sus sentimientos y pensamientos respecto a lo sucedido.

        —¿Nada de “la abuelita se ha ido de viaje”?

        —No. A veces erróneamente pensamos que los niños no se dan cuenta de lo que sucede tras una pérdida, pero se dan cuenta perfectamente. No hablar con ellos es convertirlos en espías de algo que quizá ni siquiera alcancen a comprender.

        —¿Y si el nieto va más allá y pregunta por el sentido de la muerte?

        —La muerte no tiene sentido en ella misma. El médico austriaco Viktor Frankl, prisionero en los campos de concentración nazis, escribió “El hombre en busca de sentido”, un libro maravilloso en el que explica que el sentido que demos a la vida es el sentido que podremos dar a nuestra muerte.

        —Oiga, no le he dicho que el nieto en cuestión fuera un niño prodigio.

        —Es que es complicado, la muerte no es un problema, es un misterio que si no tenemos claro, mejor decir la verdad: “Mira, yo lo que pienso es esto”. Pero en todo caso la muerte es la culminación de nuestra vida.

        —Séneca decía que aprender a morir es dejar de ser esclavo.

        —Eso está claro: educar para la muerte es educar para la vida. Asumir seriamente que nuestro tiempo es limitado te ayuda a vivir con más intensidad. Podemos educar en valores por medio de un tema tan feo como el de la muerte.

        —¿Un ejercicio de humildad?

        —Sí, porque aprender que no somos omnipotentes es muy positivo: nos sirve para conocer el significado profundo de la amistad y la compasión bien entendida. Saber que el tiempo es limitado significa darle valor al presente y entender que mi pasado tiene valor en cuanto que me ayuda a avanzar.

        —“La utilidad de la vida no consiste en la duración, sino en el uso que le damos.”

        —Eso decía Montaigne; algunos han vivido mucho tiempo pero han vivido poco. Nos pasamos la vida y educamos a nuestros hijos siempre hablándoles del futuro, en lo que haremos y en lo que serán, pero el sentido de la vida no está en ese tiempo cronológico.

        —¿Por dónde anda?

        —En la actitud y los valores que yo tengo en el tiempo presente.

        —Cuesta vivir el presente, ¿por qué?

        —Es cultural, el valor que prima en nuestra sociedad es la prisa, que nos hace encadenar acciones que acaban dejándonos vacíos. “No tengo tiempo” es una frase común que no significa nada. Tienes todo tu tiempo y el uso que le des es lo que da sentido a tu vida.

        —Las personas a las que se les anuncia su propia muerte cambian sus valores.

        —Sí, de repente las cosas pequeñas y triviales toman importancia y los sentimientos se abren. Sentimos la necesidad de decirle a la gente próxima que la queremos. Aceptar la propia posibilidad de la muerte es aprender a mostrar más los sentimientos y dar importancia a las cosas pequeñas.

        —En definitiva, ¿valorar la vida?

        —Sí, por eso educar para la muerte es educar para la vida. Habría que integrar el sufrimiento, la pérdida y la muerte en la educación de una manera transversal, es decir, hablar de ello y cuando venga al caso, en clase de biología, de literatura, de religión...

        —En nuestra sociedad se silencia el tema de la muerte.

        —Sí, en Occidente, aparte de los profesionales de la salud, es difícil encontrar personas de menos de 40 años que hayan visto morir a alguien. Al niño se le aleja de la muerte. Conoce muy bien la muerte impersonal y violenta que le ofrece la televisión, pero desconoce la muerte natural e individual.

        —Visto con distancia, no parece positivo.

        —Niega la esencia de la vida. La sociedad actual potencia la idea de que las personas somos superpoderosas, cuando es necesario reconocer la certeza indiscutible de nuestra contingencia, de nuestra fragilidad. Hoy en día se muere casi a escondidas.

        —¿Cómo hemos llegado hasta aquí?

        —En la primera mitad del siglo XX era lícito y cotidiano vivir la muerte como acontecimiento social. Se moría en casa, rodeado de la familia, los amigos y los vecinos. La buena muerte consistía en conocer la llegada de los últimos momentos para poder prepararse. La muerte maldita era la repentina.

        —Nuestra preferida.

        —Sí. Hoy se desea morir rápidamente y sin dolor. Parece que los derechos del moribundo sean ahora no saber que va a morir y, si lo sabe, comportarse como si no lo supiera. Ser discreto es la consigna..., ¿y eso por qué?

        —Cruzaré el puente cuando lo tenga delante.

        —Aceptar una limitación como la muerte, saber que la vida sigue sin nosotros, nos cuesta mucho porque venimos de una cultura muy omnipotente, pero hay que saber que ante una muerte súbita, los que se quedan, se quedan mucho peor.

        —A menudo los niños se sienten culpables.

        —Sí, porque a veces han deseado que aquella persona querida, hermano, padre o madre, desapareciera del mapa. Es importante hablar del tema con ellos.

        —¿Los niños deben ir a los funerales?

        —Lo mejor es preguntarles qué quieren hacer en lugar de decidir por ellos. Pero los funerales permiten experimentar el apoyo social. Lo imprescindible es que formen parte de los procesos familiares, se les dé la suficiente información y se les permita expresar sus dudas, es decir, que no se les excluya con la buena intención de protegerlos.