La cumbre de la OMC en Cancún ha animado el debate

Globalización, ¿un mundo mejor?

El filósofo Jesús Villagrasa acaba de publicar el libro «Globalización. ¿Un mundo mejor?», Editorial Trillas, México D.F. 2003.
En el prólogo a la obra, Antonio Millán-Puelles, catedrático de la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas, afirma que este libro estudia «la globalización bajo el explícito e ineludible interrogante de si con ella estamos efectivamente caminando hacia un mundo mejor y no sólo más articulado o ensamblado».
«Las respuestas suministradas por el autor de este libro en función de la interna complejidad de tan difícil y sugerente interrogante son un óptimo ejemplo de responsabilidad informativa y de rigor y claridad en las ideas y en los razonamientos», añade Milán-Puelles.
El argumento se ha hecho candente tras el fracaso de la Conferencia Ministerial de la Organización Mundial del Comercio celebrada en (Cancún) México.
Zenit ha entrevistado al autor, catedrático de filosofía del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.

ROMA, 19 septiembre 2003 (ZENIT.org)

 

        Usted escribió, hace tres años, un libro sobre la globalización (cf. Zenit 25 de abril de 2001). ¿Qué novedades hay en éste?

        La actualización de los datos y de los análisis, y nuevos temas que permiten hacerse una idea más completa de la globalización: entre otros, las interpretaciones que se hacen de ella, las propuestas de una gobernación global («Global Governance»), un reciente informe y programa de acción del Banco Mundial y las condiciones para un constructivo diálogo intercultural.

        ¿Cuáles serían, hoy día, los efectos positivos de la globalización?

        El incremento de la eficiencia y de la producción, el difundido acceso a las nuevas tecnologías, las intensas relaciones entre países y culturas, las nuevas posibilidades para favorecer la paz y la solidaridad entre los pueblos, la difusión de una cultura de los derechos humanos...

        ¿Y los negativos?

        Las redes globales del terrorismo, de la droga, del turismo sexual y de las migraciones forzadas; la prepotencia de la economía sobre cualquier otro valor humano, que deja a las culturas sin alma; la lógica mercantilista que, con una injusta competencia, ahonda el abismo entre ricos y pobres; organismos internacionales en manos de intereses particulares; grandes poderes que tienden a configurar monopolios, anulan las soberanías nacionales y uniforman los modelos culturales...

        En cada capítulo reserva un lugar al pensamiento de Juan Pablo II. ¿Por qué?

        El libro analiza, con la ayuda de expertos en la materia, los aspectos económicos, políticos y culturales de la globalización. Para la lectura evangélica de estos fenómenos, resulta de gran utilidad la Doctrina Social de la Iglesia y, en particular, la enseñanza social de Juan Pablo II, porque el Papa es un agudo analista de amplios horizontes, más revolucionario que muchos no-global, más cauto que los hiperglobalistas, propositivo y realista. Hablando de la globalización dijo una frase que revela su talante: “No basta criticar, es necesario ir más allá: es preciso ser constructores”.

        ¿Es «objetiva» una lectura evangélica de la globalización, una visión «católica»?

        El análisis más objetivo será aquel que mejor presente el objeto, la realidad estudiada. La globalización es un hecho complejo; la lectura «científica» y «objetiva» de sus datos es necesaria, pero no es fácil. De hecho, requiere la aportación de muchos expertos. Sin embargo, el experto en economía, en política, en antropología cultural, en sociología y en otras ciencias afines tiende, por su misma especialización, a hacer estudios muy rigurosos, pero que se reducen a algún aspecto o parte de la realidad. Los resultados de estos estudios, si quieren ser verdaderamente objetivos, respetuosos de la realidad y no reducidos a una sola dimensión, deben integrarse en una visión más amplia, que abarque e incluya las otras dimensiones de la realidad.

        Pero para hacer esto no hace falta el Evangelio...

        Es verdad. Pero, además de su integración, los análisis de los expertos han de recibir una interpretación adecuada. En esta labor de integración e interpretación de los conocimientos, la filosofía presta un gran servicio. Por otra parte, la doctrina social de la Iglesia, aunque inspirada en el Evangelio, puede ser comprendida y acogida también por un no creyente, porque propone como guía de la globalización principios morales asequibles a la razón humana. En el libro he querido hacer una lectura de este tipo.

        ¿Es posible lograr esta lectura en un libro relativamente breve como el suyo?

        En principio, sí. Para lograrlo, hay que encontrar los rasgos esenciales de las diversas dimensiones del fenómeno y establecer un diálogo interdisciplinar entre las ciencias implicadas. En la introducción a la edición italiana de esta obra (Logos Press, Roma 2003), el director del Banco Central de Italia, Antonio Fazio, ha indicado con precisión cómo realizar esta exigencia: «Es necesario un pensamiento fuerte, pero abierto, que sea capaz de reducir a unidad las mudables y contingentes situaciones; un conocimiento sólido de las realidades económicas y políticas, fruto del estudio de las disciplinas relativas. Hay que volver a un nuevo y provechoso connubio entre ciencias y disciplinas profanas, por una parte, y ciencias filosóficas y teológicas, por otra». Este tipo de pensamiento y de trabajo interdisciplinar es característico del pensamiento social de la Iglesia.