El "qué dirán". Aparentar

Alfonso Aguiló, www.interrogantes.net

La historia del asno y su carga

        Es muy conocida la historia de aquel labrador que, despatarrado y orondo en su burro, volvía del campo con el hijo, que caminaba detrás.

        El primer vecino con quien se toparon afeó la conducta del labriego: —¿Qué? ¿Satisfecho? ¡Y al hijo que lo parta un rayo!

        Apeose el viejo y montó al hijo. Unos cien pasos darían cuando una mujer se encaró con ellos: —¡Cómo! ¿A pie el padre? ¡Vergüenza le debía dar al mozo!

        Bajó éste abochornado, y amigablemente conversaban tras el jumento, cuando un guasón les tiró una indirecta: —¡Ojo, compadre, no tan deprisa que se les aspea el asno!

        No sabiendo ya a qué carta quedarse, montaron ambos. Andaba cansino el burro el último trecho, y alguien les voceó de nuevo: —¡Se necesita ser bestias!; ¿no veis que el pobre animal va arrastrando el alma por el suelo?

Una preocupación sin sentido

        La enseñanza del relato es evidente. No se puede andar por la vida constantemente al vaivén de lo que los demás piensen o digan de nosotros. Acabarían por volvernos locos, como casi sucede a este pobre labriego que tardó demasiado en comprender que era imposible complacer a todos aquellos con quien se cruzaba.

        El qué dirán constituye una agobiante preocupación que se abate sobre muchas personas. Puede llegar a ser como una especie de terror a hacer el ridículo, de obsesión por ser como todos que conduce a una excesiva preocupación por la propia imagen que puede llegar a ser realmente perjudicial.

El a veces difícil equilibrio

        No se trata de ser un tipo raro, distinto a todos, por supuesto. También aquí hay que buscar un equilibrio sensato, para seguir razonablemente las modas pero no ser esclavo de ellas. No se debe sacrificar la libertad de pensamiento a cambio de lograr ser siempre igual a los demás y no llamar la atención.

        Porque hay gente que presume de libertad y de autenticidad, que quizá repite que a ellos nadie les influye, y luego resulta que obedecen sumisamente a costumbres y eslóganes que la moda establece como intocables. Son embaucados por la fascinación de frases o ideas en boga, pero apenas profundizan en ellas.

Nada de lo suyo es propio

        A este fenómeno se refería Thibon cuando decía que, "para ésos, la verdad es lo que se dice; la belleza, lo que se lleva; y el bien, lo que se hace".

        A esas personas no les angustia el tener o no razón. Les aterrorizaría, sin embargo, pensar cosas que estuvieron ayer de moda pero que hoy no lo están. Les falta estilo. Lo único que saben es elegir, de entre las diversas opiniones que circulan, la que les parece que mejor queda, y consumen su vida sin haber engendrado un pensamiento que puedan decir que es suyo.

Lo peor ser conservador

        Hay otros que hacen auténticos malabarismos para tomar siempre una postura intermedia, y sobre todo para que nadie les tache de anticuados. Es un extraño complejo de inferioridad que lleva a algunos a estar dispuestos a decapitar todas sus normas morales antes que permitir ser acusados de conservadores, en nombre de no se sabe qué progresía. Para ellos no cuenta el sustrato de su pensamiento, cuenta sólo lo último que han oído o leído.

Esclavos de un escenario

        O esos otros, que pasan por tremendos sacrificios para tener más poder a los ojos de los demás, o para ganar más dinero y así hacer una mayor ostentación de lujo o de originalidad.

        En ambos casos llevan una vida de cara a la galería que les impide construir su verdadera vida. Y con esas personas tan preocupadas por aparentar, las relaciones familiares o de amistad son siempre difíciles, porque la falta de naturalidad acaba siendo mutua: ellos aparentan ser distintos a como en realidad son, y los demás les pagan con la misma moneda.

A veces no gustamos

        Hay que comprender, y hay que saber adaptarse a la realidad que nos rodea, en efecto, pero sabiendo que habrá algunas cosas en las que no se debe ceder. Lo digo porque a veces, incluso, la coherencia supone hacer sufrir un poco a los que tenemos alrededor. Es fácil que cualquier decisión de uno tome desagrade inevitablemente a alguien, pero eso no siempre significa que la acción sea mala o inoportuna. Chejov decía que "quien coloca por encima de todo la tranquilidad de sus allegados debe renunciar por completo a una vida guiada por el pensamiento..."

La utilidad de las modas

        Hablando del qué dirán resulta tradicional poner el ejemplo de la torre y la veleta. De esas torres medievales que desafían al paso de los siglos. A sus pies todo cambia, se mueve, se vende, se compra, pero ellas siguen ahí.

        La solidez de la torre viene a ser el símbolo del carácter firme, de la persona que sabe cumplir su deber. La veleta, en cambio, está en la cúspide, resulta muy vistosa, se mueve a un lado y otro sin dirección fija. Tiene su utilidad, sí: saber hacia dónde va el viento dominante. Igual que las personas sin carácter: sirven para saber cuál es la moda del ambiente en que se mueven, pero para poco más.

El atractivo de lo impersonal

        Las personas cuyo carácter es como las veletas son menores de edad en cuanto a las razones. Quizá en su interior escuchan muchas voces, pero casi siempre sale ganando alguna de estas:

        "es allí adonde va todo el mundo";
          "eso es lo que todos hacen";
          "nadie piensa así, ¿por qué voy a ser precisamente yo la excepción?".

Mejor atarse uno mismo

        Algunos arguyen que el qué dirán supone una esclavitud de la opinión ajena, pero también los propios principios y la conciencia suponen una atadura. Es un modo de verlo un poco negativo, pero sin duda hay que elegir entre ambas guías —o ataduras, como dicen— del obrar y del pensar. Pero una es mucho más noble que la otra. Decir de alguien que es dueño de su voluntad y respetuoso con su conciencia es uno de los mejores elogios que pueden hacerse de una persona.

Vulgar servilismo

        No temas a nadie, teme tan sólo a tu conciencia, decía Toth. Quien para hacer cualquier cosa tiene que mirar de reojo qué están haciendo los demás, qué dicen, qué piensan, o qué opinan de nosotros, se puede decir que es una persona que no pide consejo a su entendimiento sino que está servilmente dominada por el público ante quien actúa.

No es tan raro

        Muchos adolescentes, por ejemplo, reconocen que empiezan a beber más de la cuenta, o a tomar pastillas que no son precisamente para la tos, o a fumar algo más que tabaco, sin necesidad de sentir especial satisfacción con eso. La razón más fuerte suele ser una de las antes apuntadas: "¿qué quieres que haga?, es lo que hace todo el mundo..." (todo el mundo..., en el mundo en que él se mueve).

Al final el atractivo es lo natural

        No es que haya que hacer precisamente lo contrario que todo el mundo, para así tener carácter, por supuesto, porque eso sería casi peor, sería como lo del mulo de la anécdota. Se trata más bien de tener una personalidad propia y atreverse a manifestarla así —si es oportuno— aun en medio de un ambiente o ante unas personas que piensan de modo distinto.

        Es verdad que pesa mucho el ambiente, pero en estas lides se templa el carácter y se demuestra la personalidad. Además, es miedo a un ridículo del que probablemente apenas hay riesgo, porque manifestarse con naturalidad ha sido siempre el gran secreto de la amistad y de la buena imagen. Lo que más suele agradecerse de un amigo o una amiga son precisamente esas virtudes que rodean a la verdad: sinceridad, lealtad, naturalidad, sencillez, autenticidad.