«Matrix», una lección de antropología

Según Juan José Muñoz García, profesor de antropología y ética

Autor de “Cine y misterio humano” considera que el cine sigue siendo un instrumento privilegiado de comprensión del ser humano.
Se vale de la película «Matrix» para razonar sobre algunas tendencias del pensamiento actual: «Hay muchos en nuestra época posmoderna que se conforman con un pensamiento débil: meras opiniones o simples datos. Afirman, como Cifra en Matrix, que la ignorancia es la felicidad».
El cine nos explica cómo es el ser humano, advierte Muñoz, que en estas declaraciones a Zenit define el cine como pedagógico y «el principal cuenta cuentos» de nuestros días.
Lamentablemente «Matrix 2» (y han comprometido la 3) no aporta nada más; al contrario, se permite alguna inmoralidad que le hace desaconsejable.
Juan José Muñoz es profesor de antropología y ética en el área de comunicación del Centro Universitario Villanueva, adscrito a la Universidad Complutense, y también es docente de filosofía en el Colegio Retamar.

ZENIT.org
 

—¿Qué quiere decir cuando define el cine como el principal antropólogo de nuestros días?

       —Sólo pretendo recordar que todos hemos aprendido en qué consiste ser un buen hijo o un buen hermano oyendo relatos. Gracias a los cuentos asimilábamos que significa ser persona y cómo debemos desenvolvernos en la vida.

        Las normas básicas del comportamiento se concretaban cuando oíamos historias y narraciones con moraleja. Cuando crecimos la literatura cumplió esta función. Clásicos como «El Quijote», «Crimen y Castigo», «La vida es sueño» o «Enrique V» nos mostraban que la grandeza de la vida humana consiste en la capacidad de superación, y en la búsqueda de un significado para la existencia.

        Leyendo a Shakespeare, por ejemplo, podíamos aprender las consecuencias de los celos desmedidos («Otelo»), la duda excesiva («Hamlet») o el afán de poder («Macbeth»). A esto se unía la suerte de poder contemplar en nuestra vida diaria modelos cercanos que encarnaban los valores por los que merecía la pena vivir.

        Esta función didáctica del arte se ha dado en todas las culturas. Su éxito estriba en que la vida humana tiene una estructura narrativa. Nos deleita oír historias porque no somos mera biología, también tenemos una biografía, es decir, nuestra vida es un proyecto, un argumento que debe tener sentido.

        Pero desde hace varias décadas el principal cuenta cuentos es el cine. El séptimo arte ha asumido, en gran parte, el papel antropológico que antaño tenían la literatura y las tradiciones.

        El cine se ha convertido, como advierte Julián Marías, en una gran potencia educadora. Y si queremos hacer antropología hoy, no podemos prescindir de la gran pantalla.

        Películas tan dispares como «Matrix», «Sentido y Sensibilidad», «Toy Story», «El Señor de los Anillos», «Los Miserables», «La vida es bella» o «Despertares» son lecciones de antropología implícita, pues nos están diciendo con imágenes qué es el ser humano.

        Sin embargo, el mundo audiovisual no es suficiente para conocer a fondo el misterio de la persona humana, necesita ser completado con las reflexiones de los filósofos y los teólogos.

—¿Por qué según usted nos ocurre como a Cifra, el personaje de Matrix, que a pesar de sus conocimientos prefiere quedarse anclado en las apariencias y abandonar la lucha por la verdad?

       —Descubrir la verdad y dejar que nos posea es una aventura que no se realiza sólo con el apoyo de la inteligencia. Como ya advirtieron Platón y Aristóteles, y nos recuerdan los psicólogos de la inteligencia emocional, llegar a la verdad requiere esfuerzo y hábitos éticos.

        Desgraciadamente hay muchos en nuestra época posmoderna que se conforman con un pensamiento débil: meras opiniones o simples datos. Afirman, como Cifra en Matrix, que la ignorancia es la felicidad. Y acto seguido toman decisiones que atentan contra la dignidad humana, como matar a personas no nacidas o a enfermos terminales, o dan su consentimiento para que se congelen y manipulen embriones humanos.

        Creo que el personaje de Matrix nos permite observar cómo la verdad y la ética van de la mano. Al negar la primera para quedarse con las apariencias, Cifra niega la segunda y acto seguido traiciona a sus compañeros. Por eso es tan peligroso decir que no hay certezas, sólo opiniones subjetivas, pues de ese modo abrimos las puertas a la voluntad arbitraria del más fuerte (sea científico, comunicador o político).

—Así pues, ¿se puede salir de Matrix, es posible huir de la caverna?

       —Por supuesto. De esta huida ya se habla en «La República» de Platón, en «El discurso del método» de Descartes y en «La vida es sueño» de Pedro Calderón de la Barca (1600-1681).

        Por otra parte es una idea básica de todas las religiones que se realiza de modo efectivo en el cristianismo: las cosas que captamos a primera vista no son la única realidad ni la fundamental, hay algo más allá.

        Debemos trascender lo inmediato, sin negar su valor relativo, y no ser esclavos de las sensaciones y los instintos. Es posible huir de la caverna, pero necesitamos ayuda para liberarnos de esa esclavitud.

        Aunque vivimos en una sociedad de culto a la apariencia y a la imagen –un defecto que explotan con éxito la prensa rosa y los «reality shows»– sabemos que es posible superar las sombras de la caverna platónica porque todo ser humano tiene un afán de trascendencia. Sentimos, como Neo en Matrix, una inquietud que nos lleva a buscar la auténtica realidad.

        De ahí que una vida volcada en la pura exterioridad de lugar al vacío más absoluto, a la infelicidad y la depresión. No hace falta más que leer las biografías de algunos famosos para comprobar que nada de lo que nos rodea nos satisface plenamente.

        Sólo la verdad, el bien y la belleza plenas pueden saciar nuestra capacidad infinita de anhelar y desear.

—Con dominio técnico y una buena dosis de humanidad, ¿sale un cine de calidad?

       —En efecto. Hay ejemplos de ello a lo largo de la historia centenaria del séptimo arte. De hecho las películas que más favor obtienen del público suelen ser aquellas que tienen un gran contenido humano.

        Y las que analizo en el libro como lecciones maestras de antropología implícita reúnen esos requisitos. Por citar sólo algunos ejemplos: «La habitación de Marvin», «Solas», «Tierras de Penumbra», «El aceite de la vida», «Cyrano de Bergerac» o «Canción de Cuna».

        Creo que para ser creativo no basta con dominar los efectos especiales, las técnicas musicales o la fotografía.

        El artista plasma ámbitos de vida humana en sus obras y el espectador lo que quiere –aunque a veces parezca lo contrario– es poder contemplar desde su butaca a la persona retratada con fidelidad, no rebajada a la condición de objeto o de animal instintivo.

—¿Cómo se supera el recelo de tantos católicos frente al cine?

       —Les recomendaría que leyeran la Carta de Juan Pablo II a los artistas. En ella se afirma que «la belleza es clave del misterio y llamada a lo trascendente».

        El cine tiene esa capacidad de «hacer perceptible, más aún, fascinante en lo posible, el mundo del espíritu». Es un medio para plasmar el misterio del ser humano «traduciéndolo en colores, formas o sonidos que ayudan a la intuición de quien contempla o escucha. Todo esto sin privar al mensaje mismo de su valor trascendente».