Tacto para la convivencia

Alfonso Aguiló, www.interrogantes.net

De un natural gratificante

        «Era una mujer que con su sola presencia aligeraba la pesadumbre de vivir. A veces bastaba con oír su voz.

        »Con frecuencia me pregunto de dónde sacaba ella ese tacto para la convivencia, sus originales criterios sobre las cosas, su delicado gusto, su sensibilidad.

        »Sus antepasados eran gente sencilla, inmigrantes del campo, con poca imaginación. ¿De quién aprendió entonces...?».

Parecen impertinentes de natural

        Estas palabras de Delibes recuerdan, por contraste, aquellas otras personas que quizá tengan una exquisita educación pero que su presencia no resulta agradable, a veces incluso más bien lo contrario.

        A lo mejor les sucede porque todo lo que no es suyo les resulta totalmente ajeno. O porque son personas tan encerradas en sí mismas que han acabado por alterar su propio equilibrio y resultar extrañas. O quizá porque, en la práctica, no saben convivir.

Detalles prácticos para no caer mal         

        Conviene buscar detalles concretos en los que cada uno pueda proponerse mejorar, en cada una de las facetas de las virtudes de la convivencia. Por ejemplo:

        —ir averiguando los gustos ajenos y procurar satisfacerlos siempre que se pueda, en vez de tratar de imponer los planes que a uno le apetecen;

        —ser complaciente y buscar factores amenizantes de la convivencia (sin ser excesivamente obsequiosos ni asediantes: el personaje untuoso y poco natural, que ríe de sus propias gracias, o de lo que no tiene gracia, resulta bastante desagradable);

        —no hablar demasiado (los excesivamente habladores marean), ni insistir sin confianza;

        —no darse aires de persona ocupadísima, ni de sabelotodo, ni de gran memorista, ni de don Preciso, que lo puntualiza todo;

        —aprenderse los nombres de quienes trabajan con nosotros o de quienes nos cruzamos en la escalera para tratarles luego por su nombre (si anotamos las fechas de los santos o cumpleaños y nos acordamos de felicitarles, mucho mejor);

        —decir cosas agradables a la gente siempre que se pueda (por ejemplo, frecuentando los temas de conversación que gustan a los demás y refiriéndose poco a uno mismo);

        —no olvidar la importancia de los buenos modales para hacer la vida agradable a los demás: ser deferentes, saludar con cordialidad, ser puntuales, no elevar destempladamente la voz ni decir tacos, ser pulcros, no caminar con estrépito ni tratar zafiamente las cosas (abrir la puerta con el pie o el codo, caer a plomo sobre el asiento...), etc.

        —hacer favores sin llevar la cuenta, empleando generosamente el tiempo, aunque el favorecido apenas pueda correspondernos con nada;

        —agradecer las cosas, aunque sean insignificantes, y contestar a quien nos ha llamado por teléfono o nos ha escrito;

        —animar a los desanimados, tratar con paciencia a los pesados, visitar a los enfermos y a la gente que sufre soledad; etc.