¿Y si se cediera un poco?

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —¿Y no sería mejor que la Iglesia cediera un poco en unos cuantos de esos detalles que a la gente le cuesta más asumir?

        La Iglesia no puede ceder en cuestiones de fe. Además, no resolvería nada: ahí está, como prueba, la experiencia de muchas de las iglesias protestantes, que tomaron hace ya tiempo una opción muy condescendiente en todas las cuestiones morales más debatidas, y el resultado ha hecho evidente que sus problemas no se han resuelto, ni han disminuido, por aceptar esas prácticas que la Iglesia católica no admite. Esas "soluciones" no han hecho más atractivo el Evangelio, ni han hecho más fácil ser cristiano, ni les han mantenido más unidos. Tener claro esto es importante para no equivocar el diagnóstico de lo que sucede.

        Por eso es una lástima que en muchos ambientes (a veces, por desgracia, también en algunos círculos eclesiásticos), se centre el análisis y el debate siempre en el intento de cesiones en esos mismos puntos: el celibato opcional, la ordenación de mujeres, el matrimonio de los divorciados, el uso de preservativos, etc. Y es una pena que se orillen en cambio muchas otras cuestiones de mayor preocupación para la Iglesia y que apenas suelen tomar en consideración: por ejemplo, qué podríamos hacer, como cristianos, para explicar nuestra fe al ochenta por ciento de la humanidad que espera aún el anuncio del Evangelio; qué podríamos hacer para contribuir más a resolver los grandes retos morales que tiene la sociedad de hoy; o qué podríamos hacer para aliviar el sufrimiento que produce en tantos hombres su alejamiento de Dios y de la verdad.

        La solución no está en ese catolicismo débil que adopta una cobarde estrategia de repliegue, de capitulación constante hasta en lo que más atañe a sus convicciones, de miedo a expresar su fe con voz alta y clara. Es triste escuchar sus declaraciones sinuosas, elusivas, vergonzantes, cuando se les inquiere sobre sus certezas religiosas; o asistir a la declinación de esas certezas si la conveniencia así lo exige; o ver su actitud acoquinada, achantada, resignada a aceptar cualquier veredicto supuestamente mayoritario. No puede fundamentarse la fe sobre cimientos tan medrosos y claudicantes.

        Siempre y en todas partes, el Evangelio será un desafío para la debilidad humana, y en ese desafío está toda su fuerza. A pesar de todas las flaquezas de los hombres, la Iglesia debe continuar incansable en su tarea.