Parece
bastante más fácil no creer que creer.
Puede parecer
más sencillo, o más cómodo, en el sentido de
que quien no cree no se liga a nada. En ese sentido es fácil.
Pero vivir sin fe no es tan fácil. La vida sin fe es complicada
generalmente, porque el hombre no puede vivir sin puntos de referencia.
No tenemos más que recordar la filosofía de Sartre,
Camus, o de otros muchos, para comprobarlo enseguida. La carga que
conlleva la falta de fe es mucho más pesada.
Tener fe es,
en cierta manera, una opción. Elegir entre dos modos de ver
la vida. Ambos modos -vivir con fe o sin ella- se presentan como
dos posibilidades coherentes. Sin embargo, pienso que la razón
y la observación de la naturaleza y del hombre llevan indefectiblemente
hacia la fe. De todas formas, al final hay siempre una decisión
de la voluntad. Una decisión perfectamente compatible con
que después uno pueda sentir a veces el atractivo de la otra
opción. Pero la vida con fe es más esperanzada, más
optimista, más alegre.