Una nueva forma de acoso sexual

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        Si se supiera -sugiere de nuevo Ignacio Aréchaga-, que un alto cargo de la ONU presiona a una funcionaria para obtener sus favores a cambio de un ascenso, inmediatamente sería destituido por acoso sexual. Es curioso, en cambio, que si esos mismos altos cargos fuerzan a millones de mujeres y hombres a organizar su natalidad de acuerdo con sus dictados, so pena de ahogarles financieramente, haya quienes los consideren como unos benefactores de la humanidad.

        Por razones éticas de carácter elemental, no pueden admitirse programas que someten a los matrimonios a presiones degradantes para que recurran a la esterilización o a otros métodos anticonceptivos. No se puede estar de acuerdo con que los pobres sean señalados con el dedo como si su propia existencia fuera la causa, no el efecto, del deterioro social o económico de un país.

        Es una hipocresía decir a esos pueblos hambrientos que, para que no crezcan más, los países occidentales van a limitarles su natalidad esterilizando a las personas, vendiéndoles preservativos (fabricados por multinacionales que están haciendo a su costa grandes negocios), o instalando clínicas abortistas (que de paso proporcionen fetos con los que hacer cremas para la alta cosmética occidental).

        Los que estén verdaderamente preocupados por el bienestar de la población de los países pobres deberían centrar su atención no en los simples números de la población, sino en las instituciones -un gobierno y una política económica y educativa adecuadas- que posibiliten a los ciudadanos ejercer verdaderamente sus potencialidades.

        -¿Piensas entonces que hay que defender la procreación a toda costa?

        No se trata de eso. La transmisión de la vida humana debe ejercitarse con un alto sentido de responsabilidad. Hay que respetar el derecho de los esposos a decidir el tamaño de la familia y a espaciar los nacimientos, sin presiones provenientes de la intolerancia de los gobiernos o de otras organizaciones, que no pueden arrogarse responsabilidades que corresponden a los esposos, ni pueden tampoco usar de la extorsión, la coacción o la violencia para hacer que los cónyuges se sometan a sus directrices en esta materia.

        Por ejemplo, es un signo de imperialismo detestable vincular la concesión de ayudas internacionales a imponer infamantes condiciones que afectan al control de la natalidad. Son los esposos quienes han de decidir en conciencia sobre el número y espaciamiento de los hijos.

        -¿Y no es extraño que haya tanta oposición en la actualidad contra esas ideas, que coinciden con la doctrina de la Iglesia católica?

        Lo que aquí se debate no es una doctrina de la Iglesia católica, sino el respeto a la libertad de los esposos. No me extrañaría que un día no muy lejano se acaben por reconocer de modo universal esas razones, en contra de las del colonialismo demográfico que algunos llevan tiempo imponiendo a los países pobres.

        Ya ha sucedido algo parecido con el marxismo, tan defendido durante largos años por legiones enteras de afamados economistas e intelectuales occidentales. La Iglesia católica no dudó en plantar cara a la doctrina de Marx, y aseguró siempre que sus tesis atentaban contra la dignidad humana. Con el tiempo, el marxismo se ha venido abajo estrepitosamente, y la resistencia ética de la Iglesia católica -hasta entonces considerada como arcaica y retrógrada por todos aquellos sesudos intelectuales- ha sido confirmada por la aplastante fuerza de los hechos. Y no ha sido porque los hombres de la Iglesia hubieran tenido una competencia científica superior (tampoco eran tontos), sino porque juzgaban los comportamientos humanos según principios de humanidad.

        Sobre la explosión demográfica mundial y sus peligros, son muchos los demógrafos que dicen hoy lo contrario de lo que se afirmaba hace treinta o cuarenta años. Y son muchos los que denuncian que las posturas del imperialismo antinatalista obedecen a una mezcla de mitos y prejuicios ideológicos con otros intereses económicos, pero que no resisten un análisis científico medianamente serio.

        Veremos a quién da el tiempo la razón. Afortunadamente, a veces sucede que, en no mucho tiempo, se verifica con la experiencia lo acertado de las conclusiones que se pueden sacar de la conciencia moral. Por eso muchas veces, en vez de fijarse en la oposición de los que más gritan, es más ilustrativo prestar más atención a los gritos del silencio, a los gritos de los que no pueden hablar porque, de un modo u otro, no se les deja vivir.