La parte débil del litigio

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        "Nosotras parimos, nosotras decidimos". La reclamación parece, en principio, incontestable. Y glosando a Miguel Delibes, habría que decir que efectivamente así lo sería si lo parido fuese algo inanimado, algo que el día de mañana no pudiese, a su vez, objetar dicha exigencia, esto es, ser parte interesada, hoy muda, de tan importante decisión.

        Se discute sobre si el feto es o no es un portador de derechos desde el instante de la concepción. Una cosa parece clara: el óvulo fecundado es algo vivo, con un código genético propio, y que con toda probabilidad llegará a ser un hombre hecho y derecho si los que ya disponemos de razón no truncamos artificialmente su proceso de viabilidad.

        Lo trágico de este dilema es que el feto aún carece de voz. Y parece natural que alguien tome su defensa, puesto que es la parte débil del litigio. Los abortistas apelan a la libertad de la madre, pero habría que preguntarse por qué negar al feto tal derecho, en nombre de qué libertad se le puede negar la libertad de nacer.

        Las partidarias del aborto piden libertad para su cuerpo. Eso está muy bien, pero parece razonable pedir que su uso no vaya en perjuicio de tercero. Porque su libertad es la misma que exigiría el feto si dispusiera de voz: la libertad de tener un cuerpo para poder disponer mañana de él con la misma libertad que hoy reclaman sus presuntas y reacias madres. El derecho a tener un cuerpo debería ser el que encabezara el más elemental código de derechos humanos.

        —¿Y no puede suceder que el feto sea una vida humana, pero todavía no sea un ser humano individual?

        El concepto de vida humana no existe más que encarnada en seres individuales. La vida humana, así, en general, es solo una idea abstracta.