Recristianización de la sociedad (2)

Federico Gómez www.PiensaunPoco.com

Una filosofía de la vida que carece de fundamento         Todos los laicismos de que hablábamos en el artículo anterior se apoyan y desarrollan gracias a un materialismo práctico que actúa a modo de caldo de cultivo adecuado: la mentalidad hedonista propia de buena parte de la población, –también de muchos católicos practicantes–, que considera como valor supremo el placer, el confort, el bienestar, y que cifran la felicidad en disponer de medios que les permitan consumir. Al irse desvirtuando los principios y valores cristianos, se hace necesario el encontrar otro fundamento a la realidad. Y se encuentra en otro materialismo pero de tipo teórico; y que ya no es como en buena parte del siglo pasado el marxismo, sino el “cientifismo”. El marxismo, con todos sus errores, tenía coherencia interna y trataba de dar una visión global del mundo. El “cientifismo” se contenta con negar a Dios, las realidades espirituales y la trascendencia. Y es muy poco coherente, puesto que para afirmar tales cosas va más allá de su propio método científico basado en la experimentación medible de los fenómenos sensibles; puesto que Dios y las realidades espirituales, no son sensibles ni pueden ser objeto de medida alguna, como han señalado repetidas veces los verdaderos y grandes científicos. Avala lo que digo unas declaraciones efectuadas por el rector de la Universidad Abierta de Cataluña hace un tiempo: “El hombre es un simple vector portador de genes; todo progreso científico es bueno en sí mismo; el pensamiento científico sustituirá a la religión, la filosofía, la teología y generará una nueva ética” Me parece que hablan por sí solas.
La verdad del gusto

        Lógicamente la consecuencia de todo esto es la desvirtuación de los valores trascendentes y espirituales que hasta ahora contaban en nuestra sociedad admitidos por una inmensa mayoría, y su paulatina sustitución por otros de carácter inmanente y materialista, entre los que destacan el “individualismo y el utilitarismo”.

        Dos formas de individualismo son el subjetivismo con relación a la verdad, y el subjetivismo ético. Lo que importa no es lo que las cosas sean en sí, sino lo que a mí me parece que sean. Y lo que cuenta no es lo bueno o lo malo, sino “lo que siento” o “lo que me gusta”. El hombre se erige a sí mismo en fundamento de la verdad y el bien.

Como el pez grande...         Manifestación muy clara de utilitarismo es considerar la economía como la máxima expresión de la política, y hacer del incremento del bienestar su principal aspiración. Pero dado que los recursos a nivel global son limitados, incrementar la porción de pastel de unos países supone detraerlo de otros, que normalmente son los del tercer mundo a quienes, por no disponer de la tecnología adecuada, les resulta más difícil aumentar su nivel de vida. Y así el abismo entre países del norte y del sur es cada vez mayor. O bien lograr ese bienestar cada vez mayor, a base de ir agotando recursos no renovables del planeta, con lo que se está poniendo en peligro el futuro de la humanidad.
Si me interesa todo vale

        Y utilitarismo es también contemplar los embriones humanos como un bien económico; y si con la clonación terapéutica se consigue curar enfermedades, no importa que se destruyan algunos de ellos, –el fin justifica los medios– sin pararse a pensar demasiado si aquello es un ser humano o no. En definitiva que para la mentalidad individualista y utilitarista, lo bueno es lo útil, y esa utilidad viene establecida por la lógica del mercado.

        Y mientras tanto los que nos consideramos católicos, ¿qué hacemos ante esta situación de descristianización manifiesta? Lamentarnos estérilmente. ¿Qué más podríamos hacer? Hablaré de ello en el siguiente y último artículo.