El
placer y el dolor tienen un innegable protagonismo en la vida de
cualquier hombre, condicionan siempre de alguna manera sus decisiones.
Pero
ni el placer ni el dolor son malos o buenos de por sí.
En
efecto. Lo que sí es malo es dejarse vencer por el placer
o por el dolor. Lo malo es obrar mal por disfrutar de un placer
o por evitar un dolor.
Se
puede sentir placer sin ser feliz, y también se puede ser
feliz en medio del dolor. De ahí la necesidad -lo decía
Platón- de haber sido educado desde joven "para saber
cuándo y cómo conviene sufrir o disfrutar", pues
igual que hay acciones nobles y acciones indignas, podemos decir
que hay placeres nobles y placeres indignos. La adecuación
de la conducta a este criterio es objeto de la educación
moral.