Escándalos de abusos sexuales

Alfonso Aguiló
Libertad y tolerancia en una sociedad plural: el arte de convivir
Alfonso Aguiló

        —Y si pensamos en épocas más recientes, ¿qué dices de los escándalos por denuncias de abusos sexuales de sacerdotes, que se han dado sobre todo en Estados Unidos?

        Han sido hechos muy tristes y lamentables, que saltaron con gran fuerza a la opinión pública, y se criticó por ese motivo muy duramente a la Iglesia católica. Aunque casi todos los casos se remontaban a bastantes años atrás y afectaban a un pequeño porcentaje del clero, han causado daños muy graves, en primer lugar a las víctimas y después al prestigio del sacerdocio. Se reprochaba también a los obispos haber aplicado medidas insuficientes, sin decidirse a tomar otras más firmes para afrontar el problema, pues se publicaron historias de sacerdotes culpables de abusos de menores a los que el obispo se limitaba a cambiar de encargo pastoral o que eran reintegrados al ministerio tras un tratamiento psicológico que no curaba suficientemente sus desviadas tendencias.

        Los medios de comunicación atacaron con insistencia a la Iglesia, pero apenas se prestó atención a las estadísticas generales de abusos a menores en el país. Se puso mucha atención en unas pocas decenas de casos protagonizados por sacerdotes a lo largo de los últimos veinte o treinta años, pero no se mencionaba la cifra de casos similares en los que el responsable no era un sacerdote, y no se puede obviar que, por ejemplo, solamente en ese año hubo más de cien mil casos de abusos sexuales a menores en los Estados Unidos.

        Es evidente que el abuso sexual a un menor por parte de un sacerdote es una falta gravísima y que debe hacerse todo lo posible por evitarlo. Y está claro que hay que tomar medidas drásticas cuando se produzcan. Pero es fundamental defender a la inmensa mayoría de sacerdotes de conducta ejemplar que trabajan cada día en sus comunidades y parroquias y atienden abnegadamente a su feligresía. La forma en la que se expusieron los hechos, datos y situaciones por parte de la mayoría de los medios de comunicación no solo enturbiaba y afrentaba a la Iglesia católica, sino que ensombrecía e infamaba a todos los sacerdotes que dedican esmeradamente sus vidas en servicio de los demás, que ejercen su ministerio con honestidad y coherencia, muchas veces con caridad heroica.

        Este escándalo hizo también que surgieran de nuevo voces pidiendo la abolición del celibato sacerdotal, al que se culpaba de esos problemas. La protesta pasaba por alto que esos tristes casos eran proporcionalmente menos frecuentes en el clero católico que en el clero casado protestante y en otras profesiones de atención a menores.

        Lo que esta crisis llevó a abordar a fondo es una cuestión bastante debatida años antes en algunos sectores de la jerarquía católica norteamericana un tanto "disidentes" respecto a la doctrina católica oficial. Se trata de la homosexualidad dentro del clero y en la selección de los candidatos al sacerdocio. Hay que tener en cuenta que la mayoría de los casos ocurridos no habían sido de pederastia (trastorno psicológico por el que un adulto abusa sexualmente de un niño impúber), sino de abusos a chicos de más edad, protagonizados por una pequeñísima minoría de sacerdotes homosexuales activos que abusaron de adolescentes aprovechándose de su autoridad y de su condición de sacerdotes. El hecho de que casi todas las acusaciones se refirieran a abusos cometidos con chicos, no con chicas, indica que los sacerdotes acusados eran sobre todo personas con tendencias homosexuales. Era por tanto un problema de homosexuales activos dentro del clero, no de pederastia, y revelaba claramente una deficiencia en la selección de candidatos al sacerdocio y en su formación en algunos seminarios de Estados Unidos. Un grave error al que pronto se puso remedio.