Jane Tomlinson culminaba uno de sus triatlones en Dorset, en 2003.
Cuando la muerte corta la cinta
Diecisiete años luchó contra el cáncer. Jane Tomlinson corrió maratones, triatlones, a pie o en bicicleta, y recaudó tres millones para investigación. Perdió su última carrera, pero ganó la admiración de todos.
S. BASCO
ABC
Miércoles 5 de Septiembre de 2007
Sin Excusas
Kyle Maynard

 

 

 

"... porque de nada vale sentarse en casa a esperar ..."

        Tal vez corría para escapar a su destino. Puede que lo hiciera para demostrarse a sí misma y a los demás que de nada vale sentarse en casa a esperar la muerte. Zancada tras zancada, los pies de Jane Tomlinson se movían impulsados «por la frustración más que por la rabia». Pedalada tras pedalada, sus piernas la llevaban en volandas más allá «porque correr es mantener alejado el sentimiento de inutilidad». Un kilómetro más. Siempre un kilómetro más.

        Su larga y agónica pesadilla empezó un mal día de 1990, cuando Jane, una joven radióloga de 26 años, casada y ya con dos hijas, supo que tenía un cáncer de mama. Asustada y esperanzada a un tiempo, pasó por una mastectomía. Cuatro años más tarde el cangrejo fatal volvió a hincarle las pinzas. Un poco más asustada y menos esperanzada, se sometió a quimioterapia y radioterapia. Todo pareció ir bien al principio, tanto que Jane y Mike, su esposo, decidieron tener un tercer hijo, Stevenson, que nació en 1997.

        Tres años después, el tumor, que parecía dormido, despertó en una metástasis que los médicos entendieron como fatal. Había prendido en el pulmón. Había calado en los huesos. Le dieron seis meses de vida. Tal vez se desorientó. Quizá se le hundió el firmamento. Pero nadie lo supo. Lo que todos vieron fue una explosión de rebeldía. La energía infinita del corazón, más fuerte e inagotable que la de las estrellas, prendió en su interior y se puso a correr.

        En 2003, fue la primera persona sometida a quimioterapia que corrió una maratón. Como la prueba reina del atletismo tiene algo de trágico desde que Filípides reventara tras correr hasta Atenas para anunciar la victoria sobre el persa, Jane decidió repetir varias veces. Empujada por su propia tragedia. Y ganó varios triatlones «ironman», una prueba para hombres de hierro. Y pedaleó desde Roma a Leeds. Y atravesó Estados Unidos de costa a costa en bicicleta...

        Recaudó casi tres millones de euros para investigar el cáncer y otros fines benéficos. Se colgó del cuello no una medalla de oro, sino la admiración de millones de personas. No fue campeona del mundo, sino reina de corazones cuando Isabel II le rindió honores como heroína del Reino Unido. Y corrió, corrió, corrió...

        Hasta que, a primeros de 2005, el asesino que habitaba sus huesos le impidió caminar. Entonces se volcó en su libro, «El lujo del tiempo»: no lo malgastéis, quiso decirnos. Ayer murió, a los 43 años. Terminó su última carrera. Jane la perdió. Todos la perdemos. Pero si el alma tiene piernas, Tomlinson correrá, correrá, correrá... para siempre.