Triple de oro contra el cáncer
Miguel Ángel Barbero
11-5-2007 ABC
Arquitectos de la cultura de la muerte
Donald De Marco, Benjamin D. Wike

 

 

Su pequeña con cáncer

Derek Fisher, ovacionado por el público y sus compañeros,
le da gracias a Dios

        El deporte es muy dado a la épica. Las grandes gestas encuentran en él un altavoz perfecto para traspasar los límites de lo cotidiano. Por eso, lo realizado por Derek Fisher ha tenido la repercusión propia de quien pone el corazón por delante con todo el mundo por testigo.

        Este baloncestista es todo un veterano de la NBA. Tiene tres anillos de campeón después de jugar ocho años en Los Ángeles Lakers y dos en los Golden State Warriors y se ha sabido ganar el cariño de su actual conjunto, los Utah Jazz. Desde su puesto de base les ha guiado a los «playoffs», los partidos que deciden el mejor del campeonato, y les ha dado una consistencia que antes no tenían. Pero en su familia no marchaban las cosas tan bien. Su hija pequeña, Tatum, enfermó de retinoblastoma (tumor maligno en la retina) y eso cambió todos sus planteamientos.

Sin Excusas
Kyle Maynard

 

Permiso por su hija

        Después de peregrinar por hospitales y médicos, encontraron la solución a su problema en el Hospital Presbiteriano de Nueva York. Había que intervenirla a vida o muerte para extirpar el quiste del ojo, a la vez que se le aplicaba quimioterapia para paliar los efectos producidos. La suerte de la pequeña, de sólo diez meses de edad, estaba en cuestión.

        Ese fue el motivo por el que el lunes pasado Fisher no acudió a su cita con el equipo en un momento tan importante de la temporada. Le dieron permiso para cruzar el país y sus compañeros ganaron por él. Y la última noche, volvieron a hacerlo, aunque ya con él. Después de ser testigo de la operación y de comprobar que el estado de la niña era satisfactorio, no tuvo más remedio que sincerarse ante su esposa. «Mi prioridad absoluta es mi familia y si decidí jugar el partido fue porque ella insistió en que lo hiciera. Tenía que hacerlo por Tatum».

        Dicho y hecho. Tomó un avión urgente para recorrer 3.500 kilómetros que le separaban de Salt Lake City (Utah) y, cuando llegó, ya se había jugado más de la mitad del choque. Como si de un guión de cine se tratara, se cambió de ropa y, sin calentar, salió a la pista. La explosión de júbilo fue absoluta.

        Sus compañeros le recibieron con los brazos abiertos y él fue el estímulo para remontar una noche que se les había puesto muy cuesta arriba. Finalmente, consiguieron forzar la prórroga (2-0 dominan en la eliminatoria) y, una vez allí, el propio Derek anotó un triple y dos tiros libres que certificaron el triunfo local (127-117). Una victoria de la fe y del coraje.