Paul Valéry
Hemos olvidado que la fortaleza es
una virtud cristiana
El hombre en busca de sentido
Viktor E. Frankl

 

Necesaria por mucho que se diga

        Paul Valéry ya afirmó en su discurso a la Academia Francesa que virtud es una palabra que ha muerto o que está a punto de extinguirse, pero también añadió que ya sólo se encontraba en el vocabulario cristiano.

        Su premonición es exacta, la idea de virtud no solo ha desaparecido sino que es menospreciada por nuestra sociedad que, eso si, se empeña en hablar de valores, aunque no sabe muy bien de cuales. Pero sin la virtud, que es una condición personal, el valor que constituye un elemento objetivo no tiene ninguna posibilidad de realizarse. Esta es seguramente una explicación de la crisis y contradicciones de nuestro tiempo.

        Las virtudes, definidas por Santo Tomas de Aquino, que se relacionaban con la vida en el mundo, llamadas cardinales, para distinguirlas de las relacionadas con Dios, las teologales, son, como casi todo el mundo recuerda, la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Este orden no es gratuito sino que establece una jerarquía entre ellas.

        La fortaleza aparece en tercer lugar y su importancia surge del hecho de que su existencia es decisiva para la aplicación de la justicia. La fortaleza, escribe Pieper, surge del hecho de que el bien general, la justicia, no se impone por sí solo en el mundo, porque el mal está presente y actúa en este mundo. De ahí nace la fortaleza.

Lo que es y lo que no es

        En nuestro tiempo parece como si los cristianos, al menos una parte de ellos, hubieran renunciado a esta virtud, que no puede confundirse con el ejercicio del poder por si mismo, ni con la agresividad, sino con la capacidad para aplicar la justicia y exponer la verdad en el marco de la prudencia, que no es –digámoslo de paso– lo que normalmente se entiende, una actitud timorata, lenta, sino que la prudencia significa el conocimiento de la verdad, no tanto en términos de un criterio cientifista como de conocimiento de contacto con la realidad objetiva.

        El prudente contempla la realidad objetiva de las cosas y establece la relación entre “el querer y el hacer” a partir de dicha realidad. Es esta la que ayuda a determinar lo que debe y no debe hacer. Ser prudente no es ser timorato, sino conocer bien en donde nos mete una determinada decisión y sus consecuencias.

        Existe toda una corriente del pensamiento cristiano que a través de la insistencia en presentar la debilidad pacífica de Jesucristo, que es cierta pero que resulta incompleta si se prescinde de su triunfo insólito sobre la muerte, ha dado lugar a un tipo de actitud en la que el cristiano ya no tiene como objeto tener fortaleza para exponer la verdad y trabajar por la justicia, sino simplemente hacerse un pequeño hueco, ser tolerado por el mundo.

Por eso hace falta

        Hay otra desviación que se encuentra en las antípodas, que confunden el ser fuerte con la agresividad. El utilizar las mismas armas que el adversario. Pero es obvio que si el único y verdadero adversario de los cristianos es el mal, terminaríamos peor acudiendo a sus métodos y estrategias.

        Todavía existe un tercer grupo, numeroso, que es el de los burgueses satisfechos que se indignan con lo que sucede pero que son incapaces de aportar nada para evitar que acaezca. No dedican su tiempo ni una parte de sus recursos económicos para establecer la verdad y la justicia.

        Los cristianos necesitamos recuperar la fortaleza si queremos cumplir con lo mandado y actuar de acuerdo con nuestra conciencia.