Carta de Camille

        Muy querida familia y amigos:

        Os escribo esta carta con el corazón lleno de paz y de alegría.

        Querría en primer lugar daros las gracias, sobre todo a mi familia pero también a mis amigos. Agradeceros el haberme educado con tanto amor y guiado durante toda mi vida para que pudiera seguir plenamente las enseñanzas de Cristo.

        Mi vida ha sido maravillosa. Quiero insistir en este punto porque incluso estos dos últimos años han estado llenos de felicidad. De verdad, aunque duros, me han ayudado a descubrir dónde se encuentra la verdadera alegría: la alegría está en la fe, también cuando es compartida. ¡Cuántas cosas bonitas salen de situaciones que a primera vista parecen terribles!

        ¡Nunca os agradeceré suficientemente vuestro apoyo, vuestra atención y sobre todo vuestras oraciones! Este amor que he recibido continuamente me ha dado la fuerza para no desanimarme y para buscar el porqué de mi vida, de mi camino. Creo haberlo encontrado, ¡por eso estoy tan contenta!

        La humildad, la confianza y abandonarse al amor de Dios es una tarea de cada instante. A veces da miedo, pero si nos dejamos mecer por el amor de Jesús y de María nuestras angustias se aquietan. Hay que abrir plenamente el corazón y ponerse del todo en los brazos de María, entregarle la vida.

        Vivir en el amor de Dios no es fácil: ¡hace falta perseverancia y esquivar las tentaciones del demonio! Somos pecadores y así nos quiere Dios. Hay que volverse a levantar, hacer un acto de humildad y encontrarse con el amor infinito de Dios. A veces asusta este encontrarse con el amor infinito, nosotros, tan pequeños, tan indignos de su amor, pero Él nos quiere, somos sus hijos, tengamos pues la humildad de levantarnos, de pedir perdón, de escucharle y fiarnos de Él. Tengamos la humildad de reconocer que somos pecadores, que dudamos, que algunas cosas nos superan, ¡pero eso no quiere decir que Dios no exista o que nos haya olvidado!

        Nuestra familia del Cielo quiere ardientemente nuestra felicidad, basta abandonarse plenamente a su voluntad, dejarse llevar de la mano hacia nuestro destino que sólo puede darnos alegría y paz. Someterse de este modo de ordinario no es fácil pero con el deseo de dejar entrar a Jesús en nuestro corazón y la ayuda de los sacramentos ¡todo es posible! Entonces podemos contemplar el amor infinito de Dios.

        La muerte implica sufrimiento y soledad, un vacío terrible. Pero cuando nos abandonamos al amor de Dios nos damos cuenta de que los que nos han dejado siguen ahí y nos guían. Son como pequeños ángeles que nos llevan, nos sostienen, nos quieren, y hay que hacerles sitio en nuestros corazones. Esos ángeles son felices, ¡tienen suerte!

        El luto es por y para los que se quedan. Hay que aprender a vivir con nuestros muertos y hacerles sitio para que puedan guiarnos.

        Es una enseñanza que poco a poco se aprende, otra manera de relacionarse con los que se fueron, una relación muchísimo más hermosa y constructiva. Ese vacío terrestre lo puede llenar el amor infinito de Dios y el de los difuntos que están en el Cielo. Ante la noticia de un fallecimiento es humano atravesar una fase de tristeza infinita, de vacío y hasta de ira. Pero es importante que este tiempo no dure demasiado para evitar que nuestro corazón se endurezca. ¡Acordaos de que nosotros somos felices!

        ¡Siempre estamos juntos!

        La vida en la tierra no dura más que un tiempo y nos debe preparar para la vida eterna. Con nuestras oraciones y nuestras obras ¡nos preparamos para este bendito momento! Algunos se van antes que otros, ¡pero esos años de más no son nada comparados con la eternidad de amor que nos espera! Sobre todo no dudemos en pedir la ayuda del sacerdote, de los sacramentos y de personas de fe llenas de Espíritu Santo.

        No os encerréis en vuestro dolor y apoyaos en los lazos de la familia, del amor y de la amistad. De esos lazos sacaréis ánimos para sobrellevar vuestra pena.

        Estad tranquilos, meteos en el regazo de María para entrar en la esperanza del cielo.

        Mis oraciones os acompañarán ahora y siempre.