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Tiene
ochenta y muchos años y me autoriza a contar su historia con
tal de que no ponga su nombre. Viene a hablar de sus dos nietos, pero
su locuacidad nos lleva muy lejos. Dice que está contento como
unas Pascuas.
¿Por qué no voy a estarlo si tengo de todo? Puntualiza que no se priva de nada: tiene un marcapasos en el corazón, que funciona divinamente; un par de rodillas postizas, que no le duelen porque no son suyas A veces parece como si dolieran, pero no puede ser verdad. Por tanto no me quejo. También sufre una diabetes antigua a la que ha cogido cariño porque lleva conmigo muchos años. Ve poco cada día menos, pero lo suficiente para seguir leyendo y olvidar la televisión. Y como el médico no le deja aumentar de peso si engordo se me descomponen los engranajes, se siente ligero con sus cincuenta y tantos kilos y su peculiar sentido del humor. Tengo que dar muchas gracias a Dios. No me falta de nada. Me mira de frente como sólo saben mirar los viejitos buenos y los niños malos. Mis nietos están siempre enchufados a alguna maquinita. Y no es que me parezcan mal. Es el exceso lo que los atonta. Yo también tengo teléfono móvil; lo que pasa es que lo pierdo continuamente y tengo que pedir a mi mujer que me llame para ver por dónde suena. Ayer mismo lo encontré en la caja de las galletas. Se conoce que había ido a robar una o dos a media mañana el médico me deja, pero mi mujer no, y con las prisas, metí dentro el teléfono. Menuda regañina me cayó. Hace una pausa y yo trato de enderezar la conversación hacia nuestro asunto. Se ve que le cuesta hablar de los padres de sus nietos, de su hija, que está separada y vive fuera de España, casada por lo civil. Me enfado con Dios muchas veces; pero son sólo peleas de amigos. Luego nos pedimos perdón (sic) y santas Pascuas. Yo pido a Dios que traiga a mi hija unos días, aunque sólo sea para que vea a sus chicos alguna vez. Están aquí, y si no fuera por las maquinitas Es que el mundo no anda bien. Ya cambiará. Yo he vivido muchos años y sé que nada es definitivo. De pronto se engancha con las noticias de actualidad. Se ve que es hombre culto, de muchas lecturas bien digeridas, ágil de cabeza e infatigable devorador de periódicos. Me habla de Japón, Libia, el Próximo Oriente, China, Latinoamérica, la Unión europea Y, cuando de pronto, salta al euro, al precio del petróleo y a las energías renovables, me echo a reír y le digo que no puede ser; que no es cierto eso de que no tiene estudios, que fue tractorista y camionero en su juventud. Es que la enfermedad da para mucho ?se justifica?. He tenido tiempo para leer, para pensar y para hablar con el de arriba. Ahora, con los años, Dios me ha concedido la gracia más grande: la de ser un escéptico. ¿Escéptico? Es que no creo en casi nada. Desconfío del progreso, de las nuevas tecnologías y de la arrogancia de los ideólogos. No sé si dentro de veinte años Europa seguirá siendo Europa, y la verdad, me importa un pito. Durante siglos los hombres se dispersaron por el Planeta y dieron origen a multitud de lenguas y razas. Ahora ha empezado el regreso. Volvemos a encontrarnos, y si nos mezclamos bien al fin habrá sólo una raza, igual que en el Paraíso. Y llegará Jesucristo sobre las nubes del Cielo, y con él, el fin del mundo. Se queda callado unos segundos para tomar aliento y para mirarme de reojo, a ver qué cara pongo. Al fin dice: Tampoco me importa la salud. Soy muy pesimista sobre la marcha del mundo; pero Dios me hace vivir de esperanza. Todo lo que tengo es un regalo suyo. Él es mi marcapasos. Cuando se pare, hasta luego, Lucas. O sea que soy feliz. ¿Cómo unas Pascuas? Eso, como una Pascua florida. | |||||
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