Autorretrato
Murillo: pícaros, mendigos y santos
Concepción García-Gainza
Catedrática de Historia del Arte
Universidad de Navarra
Diario de Navarra
22 maneras de caerse bien. Actitudes Para disfrutar en la vida
José Pedro Manglano

        Mostrar la primera fase del joven Murillo (de 1635 a 1655) es la propuesta de la exposición que presentan sus comisarios: Alfonso Pérez Sánchez, uno de los mejores especialistas en pintura española, quien concibió la idea de la misma a la luz de nuevos documentos y atribuciones hace ya cinco años, y Benito Navarrete, que ha aportado, entre otras cosas, una fructífera investigación sobre las fuentes grabadas que inspiraron a Murillo y a la pintura andaluza en general.

        El resultado no puede ser más clarificador y a buen seguro ha de contribuir a acabar con la fama de un Murillo como pintor de estampitas de vírgenes y santos edulcorados que tanto le ha perjudicado y le ha acompañado desde finales del siglo XIX y primera mitad del XX, y descubrir a cambio el pintor excelso con avances a la modernidad, culto y comprometido con su tiempo y su ciudad. La monumental monografía de don Diego Angulo sobre Murillo (1981), aún no superada, había ya valorado al pintor en todo su significado. Quedaban, no obstante, algunos interrogantes sobre la época de formación que esta muestra viene a responder.

Comienzos y obras maestras

        Claro que esto no se aprecia desde los comienzos, sino que es necesario un período de evolución en el que Bartolomé Esteban Murillo (1618-1682), nacido en Sevilla, huérfano e hijo menor de una familia de catorce hermanos, pinta sus primeros cuadros muy próximos a los de su maestro Juan del Castillo, de quien recibió su primera formación.

        Imágenes como La Virgen entregando el rosario a Santo Domingo, en las que bajo su aparente ingenuidad esconden una cuidada elaboración con la inspiración en grabados de maestros flamencos y holandeses como Cornelis Cort o Boetius A. Bolswert, o como en las Dos Trinidades, cuadro de mayor elaboración lumínica inspirado en el grabado de Van de Posse.Con estos recursos y el conocimiento de los artistas contemporáneos de Sevilla, la exposición nos deja ver un joven Murillo que se mueve en el eclecticismo que pudo ampliar sus modelos con un viaje a Madrid que, según Palomino, le permitió copiar a Ticiano, Rubens y Van Dyck y mejorar su colorido.

        Este eclecticismo sería el responsable de la disparidad de algunas obras presentes en la exposición, que recuerdan a Zurbarán, como la Santa Catalina, a Velázquez, como la Vieja gitana con Niño o la proximidad de algunos de los dibujos de Murillo a Alonso Cano. Precisamente será el ejercicio del dibujo una de las actividades del pintor en este período de formación. El Autorretrato de Murillo que recibe a los visitantes, de colección particular americana, es una novedad de la exposición. Inscrito en un marco ovalado de piedra fingida, destaca por su fuerte presencia e inmediatez exenta del aparato del Autorretrato de la Galería Nacional de Londres, veinte años posterior al expuesto.

        El ciclo franciscano pintado para el Claustro Chico del convento de San Francisco de Sevilla (1646) puede considerarse ya la primera obra maestra del joven pintor, un conjunto de once lienzos dispersos por América y Europa de los que se han reunido seis. Se trata de un ciclo de una orden religiosa en el que narra la vida y santidad de los santos de la orden.

        Éxtasis, visiones y milagros eran corrientes en estos ciclos relativamente numerosos en la pintura del Siglo de Oro en los que estuvo especializado Zurbarán. Murillo, en cambio, no pintó más que este sólo ciclo y en él puso a prueba su capacidad narrativa en la descripción de las escenas de difícil iconografía. Así, en San Diego de Alcalá dando de comer a los pobres se muestra a los franciscanos como ejemplo de caridad y amor al prójimo, a la vez que nuevos aires naturalistas entran en la pintura de Murillo, que pinta a los pobres con caracterizados rostros realistas modelados con la materia pictórica a la manera del pintor sevillano Herrera el Viejo.

Mendigos y pícaros

        La serie del Claustro Chico hizo participar a Murillo de la preocupación por la pobreza expresada por el franciscano Martínez de Mata, que respondían a la situación de un país en crisis y depresión en el que Sevilla, una ciudad populosa venida a menos por el traslado del puerto de las Indias a Cádiz, era una buena muestra. Mendigos reales y falsos, pícaros y moribundos poblaban las calles de Sevilla y el propio Murillo se sintió implicado en el remedio de esta pobreza.

        El pícaro pasó a la literatura de la época pero Murillo lo llevó a su pintura, él, que tenía en su biblioteca el Guzmán de Alfarache. Así surgen preciosos cuadros como el El joven mendigo del Museo de Louvre o los Dos muchachos comiendo melón y uvas de la Pinacoteca Antigua de Munich, cuyo desamparo y belleza pictórica de una gama de color muy entonada, ocres, pardos y blancos, hacen de ellos lienzos llenos de poesía y modernidad.

        Y es que Murillo fue un extraordinario pintor del tema de género al que tan aficionados fueron los maestros flamencos y que sin embargo encontró pocos cultivadores entre los españoles. Otra novedad en esta exposición son los lienzos de la Vieja hilandera de la Colección Hoar de Stourhead y Vieja con gallo y cesta de huevos de la Pinacoteca Antigua de Munich, otras obras de género a la manera de los pintores flamencos.

        El éxito de la pintura de género de Murillo fue mayor fuera que dentro de España, lo que hizo que estas pinturas salieran del país después de la muerte de pintor.

Santos y vírgenes

        Conocido es el acierto de Murillo en la pintura del tema religioso al que aporta una interpretación sentimental. Ya en el período de formación inicia la representación de temas como La Sagrada Familia o la Virgen con el Niño, plenas de emotividad y naturalismo pese a su contenido religioso, como la encantadora Virgen de Lier (Bélgica) que ahora se expone por primera vez.

        Muy hermosa es la Huida a Egipto de Detroit. Solamente se exhibe aquí una Inmaculada, la de Fray Juan de Quirós, un tema en el que Murillo logró la interpretación mariana más valorada en su madurez. Prueba de esto es que la Inmaculada De Soult, ahora en la exposición del palacio Venecia de Roma, fue el cuadro vendido en 1852 al precio más alto del mercado. Santas vestidas con ricas telas, santos franciscanos que transmiten espiritualidad y una única pintura bíblica, San José y la mujer de Putífar del Museo de Kassel, recientemente adscrita al pintor, de colorido veneciano, completan una exposición en la que el joven Murillo aparece ya capaz de realizar importantes obras con su particular sensibilidad y magistral manejo del color.