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-A mi padre, por ejemplo, diciendo que no había nada que hacer, pero que no me preocupara, que todo estaba en manos de Dios.
-Muchísimo. Mi familia, mis amigos, la gente no sabe cómo se volcaron. También me ayudó mucho la Madre Teresa de Calcuta.
-Antes del accidente, yo estaba con un libro de ella en el que decía ver a Jesucristo en las personas más desvalidas. En el hospital, donde las enfermeras tenían que lavarme porque yo no podía moverme, pensaba en lo de Madre Teresa y era un subidón.
-Pensando: Si esto me ha pasado a mí, estadísticamente no puede pasarle a nadie más de mi familia. Me sentía, en cierto modo, una salvadora. Sé que es falta de humildad, pero pensarlo me ayudó muchísimo.
-¡Para nada! Desde el principio le sentí ahí, muy cerca, sin abandonarme un momento. Por eso nunca me he deprimido ni he querido dejar de vivir.
-Un sentido distinto, pero sentido al fin y al cabo. Me ha tocado ser tetrapléjica ¡pues a dar lo mejor de mí misma!
-Ir a misa los domingos, por ejemplo. Recuerdo que de joven me costaba muchísimo, me parecía un suplicio; tanto, que a veces me la saltaba. Ahora, en cambio, me encanta.
-Pues no lo sé. Pero me encuentro bien allí. Es algo que me inspira mucho. De hecho, suelo salir de la iglesia contenta, sonriendo. Aunque donde más disfruto de la misa es en Camboya.
-Es donde paso los veranos. Mi amigo Quique Figaredo, que es misionero jesuita, vive allí desde hace veintitantos años. Tiene un montón de proyectos de ayuda para niños con todo tipo de discapacidades.
-Por la forma en que los católicos, que son minoría, viven su fe. Sobre todo los jóvenes. ¡Es alucinante! ¡Qué maravilla! Nada que ver con España.
-A la falta de bienestar material. Eso facilita el acercamiento con Dios.
-He empezado a ir con una amiga a las adoraciones al Santísimo que se organizan en el seminario de Madrid. ¡Son una preciosidad!
-La semana pasada fui con esta amiga mía, que es fenomenal, a una clase de Biblia. ¡Apasionante! Creo que el año que viene me apunto.
-Pues que qué estupendo. Pero, fíjese, nunca he pedido para un milagro.
-Nunca. Es que prefiero pedir otras cosas, que creo que son más importantes. Porque para mí la silla de ruedas no es ninguna cruz. Y si lo fuera, ¡qué gozada de cruz!
-Porque ha mejorado mi vida.
-Eso es fácil de suplir: mi silla son mis piernas.
-¿Aparte de no tener que hacer cola y entrar gratis en los museos?
-La gente a la que he ido conociendo. Porque, ¿sabe?, la silla atrae a personas buenas, con ganas de ayudar, especialmente sensibles, que merecen la pena.
-Mi vida espiritual, que me llena un montón. Hasta el punto de sentirme privilegiada, de darle gracias a Dios por todo. | |||||
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