Violencia contra los católicos: tres respuestas generosas y elegantes
Por estar unido a Cristo, el católico tiene, también y sin proponérselo, elegancia humana ante la adversidad.
Daniel Arasa ForumLibertas.com
Contra el cristianismo
Eugenia Rocella y Eugenia Scaraffia

 

 

 

 

 

 

 

 

La construcción de la Cristiandad Europea
Luis Suárez Fernández

 

        Forum Libertas informaba hace poco de las persecuciones contra los cristianos en la India y en Irak. Una información muy oportuna, porque, 'curiosamente', la inmensa mayoría de los medios de comunicación apenas se refieran a ellas, en contraste con la amplitud con que dan, o incluso magnifican, otras injusticias mucho menos lacerantes. Ello a pesar de que el propio Papa Benedicto XVI se ha referido públicamente en varias ocasiones a tal hostigamiento.

        Los cristianos, y particularmente los católicos, siguen siendo blanco de los odios, de la agresión física en algunos casos hasta la muerte, por parte de grupos sociales diversos o de las propias autoridades. Ahí están también los casos de China, de Egipto, de Indonesia y de diversos países musulmanes.

        En la sociedad occidental en que un gran número de personas quieren alejar a Dios de sus vidas tampoco falta el hostigamiento, aunque no se manifieste en forma de violencia física, sino de marginación, de aislamiento, de mentira en ocasiones.

        En otros casos la violencia contra los cristianos no es fruto directo de sus principios religiosos. La sufren igual que otros ciudadanos, pero la reacción ante la adversidad, ante la violencia, sin embargo, es muy distinta. Con un poco de visión se detecta la enorme grandeza que subyace en las personas que viven su fe. Hasta aflora elegancia humana.

        En las últimas semanas me llamaron la atención tres casos de cómo se ha reaccionado ante la adversidad, ante la violencia. Sigue habiendo católicos de una pieza, siguen siendo faros que iluminan aunque lo hagan sin aparatosidad, con sencillez. Si han sido protagonistas en los medios de comunicación ha sido a pesar suyo.

Muerte en la discoteca

        Hace poco fallecía en una discoteca de Madrid un joven de 18 años, Álvaro Ussía, como consecuencia de una paliza propinada por los guardias de la puerta de la sala. El muchacho bromeaba con sus amigos e, involuntariamente, dio un empujón a una chica, que no aceptó sus disculpas y fue a buscar a los porteros, los cuales se llevaron al chico al exterior y lo apalearon. Murió poco después.

        Álvaro estudiaba en el colegio Monte Tabor, del movimiento católico Schoenstat. La reacción de la madre del chico (el padre falleció hace algunos años), de sus compañeros, del profesorado, choca con la que tantas veces comprobamos ante casos de violencia. Gentes que piden venganzas y más venganzas, responsabilidades.

        En el caso del muchacho, su familia, los compañeros y profesores, rezaban, perdonaban. No por ello se renuncia a exigir justicia, a promover el cierre de un local donde no se actúa de forma correcta, pero sin añadir odio, ni hiel. Y ante la muerte, no pierden la visión de la otra vida.

Coche bomba en la universidad de Navarra

        Recientemente también, un coche-bomba colocado por ETA hacía explosión en un parking de la Universidad de Navarra, del Opus Dei, en Pamplona. Sólo hubo muchos heridos leves a raíz de la rotura de cristales de la cercana biblioteca porque se dio la circunstancia de que en el momento de la explosión nadie se encontraba en la cercanía del coche, pero hubiera podido producirse una masacre de notables dimensiones.

        No era, además, la primera vez que los terroristas atentaban contra esta universidad. Con todo, las palabras del rector, de profesores, de alumnos, traslucían algo similar al caso anterior: perdón, serenidad, seguir adelante. Ni amenazas ni rencores. Y reparar de inmediato los daños y reanudar el trabajo sin demora, como si nada hubiese pasado.

Las piernas de una monja

        Una religiosa burgalesa, Presentación López Vivar, por su lado, acaba de perder las dos piernas en el Congo a causa de una explosión producida en la población de Rutshuru, en esta guerra tremenda, cruel y difícilmente inteligible entre los occidentales, en la que mueren miles de personas y en la que tan poco hacen los países desarrollados para pararla. Presentación había estado como misionera en Ruanda y en los últimos años se encontraba en el Congo.

        Tampoco en las palabras de esta monja de 64 años del Instituto de Religiosas de Sant Josep de Girona hay resquemor, ni queja. Llegó a decir que era una suerte que en la explosión sólo ella hubiera resultado herida, en una muestra de cariño y generosidad. Afirmó, incluso, que si podía volver a ser útil, estaba dispuesta a regresar al Congo con aquellas gentes que sufren, que no ven horizonte en su vida, impregnadas de odios tribales que otros además estimulan y aprovechan.

        Mucho tenemos que aprender de todos ellos. Y también perder complejos. Por estar unido a Cristo, el católico tiene, también y sin proponérselo, elegancia humana ante la adversidad.