Tres vidas al límite en las que venció la esperanza
Bosco Gutiérrez, Nando Parrado y Kyle Maynard, hombres corrientes, cuentan en Madrid, ante más de 2.000 jóvenes, cómo la vida les obligó a ser héroes.
La Gaceta del Viernes, 19 de Octubre de 2007
Sin Excusas
Kyle Maynard

 

 

Enfrentarse a la adversidad con decisión

Bosco Gutiérrez
Nando Parrado
Kyle Maynard

        Algunos hombres son milagros en sí mismos. Si no mueven montañas, las hacen, cuando menos, temblar y estremecer con el viento huracanado de su voluntad. Kyle Mainard no tiene dedos para acariciar la carrocería de su coche ni dispone de armoniosos pies para patear certeramente un balón. Sus brazos concluyen en los codos y el arranque de sus rodillas constituye el abrupto final de sus piernas. Nació hace 21 años en Estados Unidos con una limitación física denominada amputación congénita. No obstante de anatomía tan poco agraciada y taras que infundirían pavor a un espartano, ha logrado ser, entre otras cosas, campeón de lucha libre por el estado de Georgia y se ha consumado como un elocuente conferenciante que anima a las personas a coger la adversidad por el pescuezo y a retorcérselo con coraje y alegría. Mainard se arrastra por los escenarios del mundo con la obstinación de un musculoso caimán que albergara el corazón de un león y los pulmones de un toro. "No cambiaría nada de mí si tuviera que volver a nacer –asegura–. Me gusta como soy. No lamento tener el aspecto que tengo. Todo es posible si uno tiene fe en que el hombre lo puede todo. Yo, por ejemplo, tras mucho esfuerzo y sacrificio, puedo conducir, afeitarme o teclear 50 palabras por minuto".

        Bosco Gutiérrez, un arquitecto mexicano de 48 años, tampoco haría rectificaciones y retoques en las estampas más cavernosas de su pasado. Ni aunque atesorara ese poder. Y eso que algunas de ellas despuntan por exudar una crudeza apocalíptica. Le secuestraron unos mafiosos hace ahora 17 años, por la dichosa plata. Durante nueve lunas, permaneció encerrado, casi aplastado, por las sombras de un zulo, de uno por tres metros. Medio desnudo, medio destruido, medio hombre, medio muerto. Pero no llegó su hora. Despidió a los heraldos de la muerte al tomar una decisión: desenvainar una fe algo oxidada y esgrimirla en aquel reducto de podredumbre. "Si no hubiera estado secuestrado, no hubiera aprendido a valorar la vida y el amor de mis hijos –comenta con una sonrisa tranquila como una nube lamida por el sol–. Dios me dejó nueve meses en las fauces de la muerte para que volviera a nacer con un nuevo espíritu. No me lamento por lo mal que lo he pasado. Ha sido una bendición y estoy agradecido al cielo".

Banquete en las cumbres

Sólo 19 supervivientes

        El uruguayo Nando Parrado tampoco se achantó cuando el destino le volcó varios litros de infierno. Nadie le habría puesto un cero en valentía si hubiera optado por mearse en las mudas y dejarse engullir por el más allá. Lo que vivió él no lo vivió ni el santo Job. Es uno de los 19 supervivientes de la desgracia aérea acontecida en la cordillera de los Andes, en octubre de 1972. Viajaban a bordo del aparato 49 personas. La borrachera del piloto fue la principal causa del impacto contra las nieves perpetuas. Una historia conocida. Los vivos se alimentaron con la carne de los muertos. "Los 29 supervivientes al impacto –relata– nos comprometimos a donar nuestros cuerpos para que sirvieran de alimento a los que vivían". Parrado hizo acopio de agallas y no le tembló la lengua cuando se metió en la boca el primer bocado de sus compañeros fallecidos. "Usted hubiera hecho lo mismo de haber estado allí", explicó tranquilamente a este redactor. La proeza gastronómica de este hombre dio paso a una heroicidad atlética. Dejó el refugio del avión hundido en las frías laderas y se adentró en la soledad andina en busca de algún atisbo de civilización. "Aquella soledad fue pavorosa. El único camino que parecía estar recorriendo era el camino hacia la muerte". Se equivocaba. Después de aquella maratón de pánico y de desgaste físico y moral, Parrado se aventuró en los senderos del mundo empresarial. Le ha ido de cine, pero no de cine de suspense, sino de comedia musical. Actualmente es productor televisivo y columnista en el rotativo más puntero de Montevideo. "No tengo problemas para comer carne", añade socarrón.

        Este trío de ases participó en Madrid, en el Primer Congreso de Jóvenes con valores. Ante más de 2.000 jóvenes, relataron lo que sufrieron y reflexionaron sobre lo que fueron y lo que son ahora. Auspiciado por ABC y la Fundación Rafael del Pino, entre otros patrocinadores, el encuentro fue una eclosión de mensajes esperanzadores, ricos en apologías al espíritu y a los valores que vertebran el cristianismo. Nítido era el objetivo: ofrecer a la juventud una formulación fresca sobre la necesidad de recuperar los principios que aseguran la pervivencia de la sociedad y del hombre cuando a éste se le quiebran las alas de la fe y el sentido del humor.

"Soy católico"         Bosco Gutiérrez supo convertir su secuestro en una oportunidad para conocerse, pensar y recapacitar sobre "lo que realmente importa". Aprendió a aprovechar el tiempo dentro de sus posibilidades y a mantener su salud física y mental. El día de la Independencia de México, uno de los secuestradores le dijo que podía pedirle lo que quisiese para comer. Bosco pidió un vaso de whisky, pero algo dentro de él le dijo que debía rechazarlo y ofrecer esa mortificación por su familia. Acabó tirando la bebida alcohólica por el váter. Un día, se le ocurrió fabricar un pequeño gancho con los muelles de la cama. Sólo lo utilizaría para ahorcarse en caso de que los secuestradores le abandonasen. Apenas 24 horas antes de que su familia pagase el rescate a los secuestradores, trató de abrir la puerta con el utensilio. La abrió, pero no consiguió volver a cerrarla. Se asomó al exterior y, tras observar que uno de los captores estaba dormido, se deslizó hasta una ventana y escapó. Bosco confiesa que "aprendió "que es más fácil ser santo secuestrado que santo libre". En aquel lugar –explica– aprendí a rezar y día tras día intentaba ser mejor en alguna cosa. La vida rutinaria puede ser mucho más dura porque a veces perdemos el norte. Este mexicano cree que la juventud de hoy en día no es distinta a la de hace unos años. Pero agrega que es preciso recordar que la felicidad del hombre no está sólo en el comer o en el dinero. "La felicidad está en la riqueza interior de cada uno, en su vida interior", asegura. Asimismo, considera que, a menudo, no sabemos valorar la salud o nuestra familia. "Cuando estás sólo en un zulo, desnudo, te das cuenta de lo importante que es Dios, la familia, los amigos..." Bosco dice que, si fuese entrenador de la vida, animaría a la gente a pensar que pueden ejercitar su voluntad. "Yo soy católico y la formación espiritual y humana que recibí de mis padres me ayudó mucho en aquel agujero", apostilla.