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«Yo
soy un gusano, no un hombre; el oprobio de los hombres y el desecho
del pueblo» (Sal 22, 7): las palabras del Salmista-profeta encuentran
su plena realización en estas estrechas, arduas callejuelas de
Jerusalén, durante las últimas horas que preceden a la
Pascua. Ya se sabe que estas horas, antes de la fiesta, son extenuantes
y las calles están llenas de gente. En este contexto se verifican
las palabras del Salmista, aunque nadie piense en ellas. No paran mientes
en ellas ciertamente todos cuantos dan pruebas de desprecio, para los
cuales este Jesús de Nazaret que cae por segunda vez bajo la
cruz se ha hecho objeto de escarnio.
Y El lo quiere, quiere que se cumpla la profecía.
Cae, pues, exhausto por el esfuerzo. Cae por voluntad del Padre, voluntad
expresada asimismo en las palabras del Profeta. Cae por propia voluntad,
porque «¿cómo se cumplirían, si no, las Escrituras?»
(Mt 26, 54): «Soy un gusano y no un hombre» (Sal 22, 7); por
tanto, ni siquiera «Ecce Homo» (Jn 19, 5); menos aún,
peor todavía.
El gusano se arrastra pegado a tierra; el hombre, en
cambio, como rey de las criaturas, camina sobre ella. El gusano carcome
la madera: como el gusano, el remordimiento del pecado roe la conciencia
del hombre.
Remordimiento por esta segunda caída.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
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