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La
Madre. María se encuentra con su Hijo en el camino de la cruz.
La cruz de Él es su cruz, la humillación de Él
es la suya, suyo el oprobio público de Jesús. Es el orden
humano de las cosas. Así deben sentirlo los que la rodean y así
lo capta su corazón: «... y una espada atravesará
tu alma» (Lc 2, 35). Las palabras pronunciadas cuando Jesús
tenía cuarenta días se cumplen en este momento. Alcanzan
ahora su plenitud total. Y María avanza, traspasada por esta
invisible espada, hacia el Calvario de su Hijo, hacia su propio Calvario.
La devoción cristiana la ve con esta espada clavada en su corazón,
y así la representa en pinturas y esculturas. ¡Madre Dolorosa!
«¡Oh
tú que has padecido junto con Él!», repiten los fieles,
íntimamente convencidos de que así justamente debe expresarse
el misterio de este sufrimiento. Aunque este dolor le pertenezca y le
afecte en lo más profundo de su maternidad, sin embargo, la verdad
plena de este sufrimiento se expresa con la palabra «com-pasión».
También ella pertenece al mismo misterio: expresa en cierto modo
la unidad con el sufrimiento del Hijo.
V. Te adoramos, ¡oh Cristo!, y te bendecimos.
R. Que por tu santa cruz redimiste al mundo.
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