La belleza del horror

Cristina López Schlichting.
La Razón 23.04.04

"Estuve llorando en el cine, a la salida y de regreso a casa (...), y me di cuenta de que estaba llorando de agradecimiento"

        El domingo estuve llorando en el cine, a la salida del cine y en el coche que me llevaba del cine a casa. No soporto la tortura y por ejemplo en "Reservoir Dogs", de Tarantino, abandoné la sala cuando comenzaron las escenas más violentas. Pero lo que me pasó el domingo viendo "La Pasión" de Mel Gibson fue de otro orden. No voy a entrar en si el director se ha "pasado" o no al recoger de forma tan directa la sangre. Quizá la película hubiese mantenido su tensión con un 20 por 100 menos de violencia. Lo que me ha fascinado es el armónico baile conseguido entre la ternura y la pena, de manera que las cruentas escenas de la flagelación, el camino al calvario y la crucifixión se alternan rítmicamente con flash-backs y encuentros conmovedores, en los que sale a relucir el misterio que preña lo que estamos viendo. Se trata de un continuo camino de ida y vuelta que recuerda que no estamos ante una muerte más, que debajo hay un milagro. Es bellísimo el asombro del soldado que, en medio del violento prendimiento de Jesús en el huerto de los olivos, ve cómo el Maestro le implanta la oreja cortada por Pedro. Como lo es el arrepentimiento del propio Pedro ante la Virgen, después de haber negado tres veces a Jesús. También está la Magdalena, que empapa con toallas la sangre del amado. O ese Simón de Cirene que enlaza su brazo con el de Cristo por encima del madero, para poder cargar con la cruz. Es difícil saber en ese momento si es Cristo quien ayuda al Cireneo a cargar con la vida o si es éste quien comparte la pasión de Cristo, en un trasunto fiel de cada uno de nosotros. Esos dos brazos entrelazados me han recordado muchos momentos de mi vida. Por fin está la Virgen, la impresionante Maia Morgernstern, que jamás cae en el histrionismo. Una mujer partida de dolor pero erguida como un poste. La Virgen fuerte que desafía al demonio, estremecedoramente representado en un ser andrógino y sutilmente inteligente. En la coreografía de la película el diablo camina por la izquierda de la pantalla, esperando que Cristo caiga en la tentación, y María flanquea al Señor por la derecha sosteniendo la mirada de Satanás y reforzando la decisión de su Hijo, en una perfecta expresión de su papel de corredentora. Tal vez por eso el momento álgido del film se alcanza a mi juicio cuando Jesucristo cae bajo el peso de la cruz y Ella, rememorando los momentos en que recogía al niño Dios de sus accidentes infantiles, se tiende a su lado y le dice "Aquí estoy. Estoy contigo". Es el instante en que el Redentor le sostiene la mirada y, cubierto de sangre, triturado, le responde con amor: "¿Lo ves, Madre, ves cómo Yo hago nuevas todas las cosas?". Para mí ésta es la clave de la película. Este dolor horrible que abarca sin embargo la más grande de las ternuras. Que abraza la historia del pecado humano y los dolores de cada hombre y los levanta hasta convertirlos en bien, en Resurrección. El domingo me di cuenta de que estaba llorando de agradecimiento.