Los incomodos desafíos de un auto sacramental

Precedida por una fuerte campaña mediática, que la acusaba de antisemita, reaccionaria y sádica, La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, se ha estrenado en Estados Unidos y otros países anglosajones con un éxito de taquilla sin precedentes, que seguramente repetirá en Europa, donde se estrena poco antes de Semana Santa. Este hecho en sí, unido a las primeras reacciones positivas de muchos críticos y espectadores, han desactivado prácticamente las polémicas previas, muchas de ellas demagógicas.

Jerónimo José Martín
ACEPRENSA Servicio 32/04

Buena acogida de los expertos

        En cuanto a la calidad cinematográfica de la película, la crítica estadounidense se ha dividido, aunque dominan los reproches ideológicos entre los detractores, y abundan los comentarios entusiastas entre los que se centran en lo estrictamente fílmico. Entre estos últimos comentaristas se cuentan varios de los mejores críticos de Estados Unidos, como Roger Ebert o Jack Garner, que otorgan a la película la máxima calificación. De hecho, en www.critics.com –el sitio de referencia de la crítica especializada estadounidense–, la película tiene una calificación media de casi tres estrellas sobre cuatro.

        El público ha votado en la taquilla llenando los cines. Por otro lado, no debería extrañar esta buena acogida de la película. Al fin y al cabo, Mel Gibson es una de las estrellas más populares y más rentables de Hollywood. Además, como director, es responsable de las sobresalientes El hombre sin rostro (ver servicio 27/94) y Braveheart (ver servicio 122/95), esta última ganadora de cinco Oscar, incluidos los correspondientes a mejor película y director.

Nada de violencia gratuita

Fuentes místicas

        En el ámbito artístico, lo más discutido de la película de Gibson es la extrema crudeza de muchas escenas. Gibson asegura que esto se debe sobre todo a su fidelidad casi textual a los cuatro Evangelios. Y que también se inspira en el libro La Dolorosa Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, que recopila las gráficas revelaciones particulares sobre la muerte de Jesús de la mística alemana Ana Catalina Emmerich (1774-1824).

        Gibson asegura que “no hay nada de violencia gratuita en esta película. (...) Nos hemos acostumbrado a ver crucifijos bonitos colgados de la pared. Decimos: ‘¡Oh, sí!, Jesús fue azotado, llevó su cruz a cuestas y le clavaron en un madero’, pero ¿quién se detiene a pensar lo que estas palabras significan realmente? Entender lo que sufrió, incluso a un nivel humano, me hace sentir no solo compasión, sino también me hace sentirme en deuda”.

        Hay que enmarcar ese afán de veracidad de Gibson en el mismo ámbito de los escritores místicos de los que parte. En sus escritos, muchos de ellos reflexionaron sobre la Pasión con gran violencia expresiva, precisamente porque eran conscientes de que muchas veces sólo nos remueven las emociones fuertes. Ni que decir tiene que Gibson también se ha inspirado en la Sábana Santa de Turín, inquietante icono que parece confirmar, con impactante crudeza, la historicidad de los relatos evangélicos sobre la Pasión. Y el propio cineasta ha reconocido su esfuerzo por imitar en su película el estilo pictórico de Caravaggio, cuyas imágenes son famosas por el crudo naturalismo que emana de sus contrastes entre luces y sombras.

Pero a Gibson no se le tronera

La tragedia total

        Al margen de su inspiración mística y pictórica, Gibson recurre también al hiperrealismo visual precisamente porque es recurso habitual en el cine de hoy, y sobre todo en los dos géneros en los que cabe encuadrar su película: la tragedia y la épica. Basta repasar los candidatos a los Oscar para encontrar películas actuales que emplean dramáticamente –con más o menos acierto– una gran violencia visual: El retorno del rey, Master & Commander, Mystic River, Cold Mountain, 21 gramos, Monster...

        La verdadera cuestión, estética y moral, es el sentido que dan estos directores a ese recurso a la violencia. El tema lo ha analizado con especial lucidez el escritor español Juan Manuel de Prada (ABC, 28-II-2004). “Paradójicamente –señala respecto a La Pasión de Cristo–, su contemplación provoca incomodidades en una época que ha encumbrado la exhibición gratuita de violencia a un rango artístico. Dudo mucho que Gibson exceda en truculencia a Tarantino o Kitano, tan idolatrados por el gusto contemporáneo. ¿Por qué la violencia enfática, hiperbólica, de esos cineastas fascina, mientras que la de Gibson provoca rasgamientos de vestiduras? Por una razón evidente: porque no es gratuita, porque interpela al espectador, porque lo obliga a enfrentarse al dolor en estado puro. Nos hemos acostumbrado a una violencia banal, coreográfica, meramente esteticista, que hace del hiperrealismo una forma sublimada de irrealidad; no podemos soportar, en cambio, la violencia catártica que estimula nuestro horror y nuestra piedad, que nos hace partícipes de un sufrimiento sobrehumano y nos ayuda a entender en toda su magnitud un sacrificio que remueve nuestra capacidad de comprensión”.

¿Dolor edulcorado?

        Frente a este planteamiento, algunas voces críticas reclaman una visión de Cristo no tan radical, menos sufriente y más conciliadora, identificando esos adjetivos como un despojamiento de los perfiles conflictivos de Jesús. No es nueva esta pretensión; la cruz fue un escándalo tanto en tiempos de los primeros cristianos como ahora.

        Por otra parte, Gibson ha querido trascender esa brutalidad con una visión profundamente espiritual de los hechos que describe. “Realmente –ha dicho–, quería expresar la magnitud del sacrificio, al mismo tiempo que su horror. Pero también quería una película que tuviera momentos de verdadero lirismo y belleza, y un permanente sentimiento de amor porque, a fin de cuentas, es una historia de fe, esperanza y amor”.