Cambio de tornas
Miguel Aranguren
ALBA
El arca de la isla

        Asegura un profesor de una de las más importantes escuelas de negocios de Europa, que el futuro del mercado (lo que hace a los países un poco más ricos y, por tanto, un poco más libres) está en África. Las razones pasan, claro, por la demografía: África es un continente joven en el que hay mucha gente -¡millones de millones!- que puede trabajar, comprar, vender, construir... El profesor no ignora que los países africanos sufren terribles problemas, especialmente la corrupción de sus mandamases, que extiende una putrefacción administrativa como voraz mancha de aceite sobre una sociedad por lo general alegre y servicial, en la que la apertura a la vida es el sustento de su optimismo.

        Aquí, sin embargo, vivimos con una venda sobre los ojos, a pesar de los avisos (el último, “El suicidio demográfico de España”, de Alejandro Macarrón, publicado por Homolegens). Nuestra sociedad hace tiempo que cerró las puertas a las casa cuna, a las maternidades cuyas camas todavía ocupan madres inmigrantes, a pesar de que vivamos de la ilusión de contemplar las hileras de infantes que cruzan la calle hacia la guardería, vagón de cola de este sepelio colectivo. Nuestros pueblos son un cementerio poblado de ecos, al igual que los barrios céntricos de las grandes ciudades, cuyos pisos antiguos ocupan firmas comerciales y alguna que otra anciana empeñada en no morirse.

        Si África despierta al ritmo de su percusión, si destrona definitivamente a los tiranos y fragua alianzas entre tribus enfrentadas, entre etnias mal avenidas, es posible que no tarde en tomarle la delantera a una China en la que está proscrita la natalidad repetida, a una India necesitada de niñas que puedan convertirse en futuras madres. Será divertido contemplar el trazado de las autopistas sobre la piel maltratada del continente negro, la inauguración de universidades en las que apenas quepa un alfiler, la apertura de centros de investigación señera y la colocación de cartelones en las marquesinas de las paradas de los transportes públicos, en los que bajo la fotografía de un niño de piel blanca, cabello rubio y mirada azul, se pueda leer: “Apadrínalo”.