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Muchos
de los problemas con los que nos enfrentamos nos los evitaríamos
si fuésemos un poco más precavidos. Los problemas hay
que verlos venir. Muchas veces los vemos venir, pero tenemos una innata
capacidad para autoconvencernos: «no va a ser tan complicado»,
«tampoco está tan mal», «todo el mundo lo hace»,
«no me van a pillar», «sabré encontrar una
buena explicación»
Y así nos vamos metiendo
nosotros mismos en el problema, hasta que cuando queremos salir de él
ya es demasiado tarde. En otras ocasiones, no: no los vemos venir, por
inconsciencia, por falta de previsión, o por falta de luces
que de todo hay.
En el ámbito empresarial hay asuntos especialmente abonados a esta dinámica. Por ejemplo, el uso de información privilegiada. Hemos vivido el caso reciente del presidente del banco central suizo. La información que tengo por razón de mi cargo, ¿no puedo usarla?, ¿ni siquiera un poquito? Otro ámbito son los conflictos de intereses que surgen cuando una misma persona juega diferentes roles que pueden provocar situaciones poco claras, o incompatibilidades evidentes. También hemos tenido casos recientes. Una tercera casuística surge de la mezcla entre lo personal y lo profesional en el trabajo. ¿Dónde poner el límite? ¿Cuándo el buen ambiente se convierte en mal rollo? En todas estas cuestiones, una vez te has metido es muy difícil salir bien parado. Por eso, una medida elemental de prudencia es saber poner distancia suficiente, para que no quepa sombra de duda. Hay que verlas venir y hay que dejarlas pasar. | |||||
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