Leyes tóxicas.
El tabaco y alcohol
José Javier Castiella
ALBA
Un extraño en casa: comunicación con el adolescente
Victoria Cardona

        En las semanas pasadas nos hemos ocupado del régimen legal en España de las llamadas "drogas ilegales" que, según hemos tenido ocasión de ver, sólo parcialmente lo son, con lo que ello significa de consumo y esclavitud para un importante porcentaje de la población, especialmente los menores de 14 a 18 años.

         Hoy nos vamos a ocupar de las llamadas drogas legales: el alcohol y el tabaco. Ambas son adictivas y el tabaco dañina en cualquier dosis, aunque en muy diferente grado según el hábito y la media de consumo.

        ¿Son tóxicas las leyes que las regulan? Así como en los casos anteriores es así para quien esto escribe, en el presente caso lo propiamente tóxico es la materia regulada, no la regulación que de ella se hace, pero encajan ambas temáticamente en esta sección de leyes tóxicas en cuanto que, siendo el objetivo perseguible en ambos casos, al menos respecto de los menores, el consumo cero, estamos muy, pero que muy lejos de tal objetivo y, aunque ello no sea del todo imputable a la normativa que regula su tráfico y consumo, ésta es, cuando menos, mejorable en orden a este fin. Por ello expondremos la magnitud del problema y sacaremos algunas consecuencias normativas de mejora.

         En el caso del tabaco su principio activo, la nicotina, es droga estimulante del sistema nervioso, pero en un grado muy inferior, en efectos y toxicidad a corto plazo, al de las drogas ilegales estimulantes como las anfetaminas o la cocaina y más en el nivel de la cafeina que, sin embargo, es menos adictiva y nociva. En cuanto a su regulación, considero que se están haciendo bien las cosas. La publicidad negativa en el propio producto, la inculturación antitabaco, la prohibición de fumar en lugares públicos etc, creo que forman parte de un programa consecuente con lo que sabemos de esta droga y sus efectos en el organismo.

         En el caso del alcohol el asunto es más complicado ya que, tiene dos diferencias respecto del tabaco, de las que una lo hace no perseguible y la otra más dañino. En efecto, en dosis bajas, proporcionadas al peso y desarrollo del bebedor, acompañando la comida, el alcohol puede ser considerada una droga beneficiosa, cumpliendo funciones psicotrópicas, terapéuticas, alimentarias, mecanismo de cohesión, integración y estructuración social y cultural, mecanismo de ayuda a la sociabilidad etc., de modo que el daño está en la edad del consumidor y en las dosis de consumo.

         Desde una óptica cristiana podemos afirmar que el fruto de la vid fue elegido por Cristo para la transustanciación en su sangre: es la materia prima elegida por JC para el sacramento de la Eucaristía y del mismo tenemos la seguridad bíblica de que lo consumiremos gozosamente con Él en el reino de los cielos, si nos salvamos (MT, 26-29).

         Pero ocurre que, en casos de abuso, los efectos del alcohol son más dañinos para el organismo y para las personas que se relacionan con el consumidor. Se trata de una droga depresora del sistema nervioso, que produce descontrol en la conducta, la borrachera, que aumenta la peligrosidad en la conducción de vehículos, los comportamientos desinhibidos, que pueden resultar antisociales o violentos etc. A largo plazo, la adicción también resulta más dañina.

         Es responsable del desarrollo de lesiones hepáticas como la cirrosis hepática, alteraciones del tracto intestinal, como la gastritis y la úlcera péptica, la pancreatitis en el páncreas y diversas afecciones del sistema nervioso, como la encefalopatía de WERNICKE, la psicosis de KORSAKOV, el delirium tremens y a nivel periférico la polineuritis alcohólica, miocardiopatía isquémica, complicaciones hematológicas, trastornos endocrinos y musculares, etc.

         En la etapa de la maduración sexual las últimas investigaciones que se van conociendo concluyen que el consumo social de alcohol de fin de semana, en ingestas grandes, afecta a las células que intervienen en la fecundidad, provoca pérdida de potencia sexual y generan a la larga hipogonadismo y disminución de la lívido de apetencia. No debe llamar a engaño el aumento del deseo sexual inmediato, fruto de la pérdida del nivel de autocontrol, de modo que aflora con mayor espontaneidad el instinto sexual del bebedor.

         El alcoholismo incapacita al alcohólico para la vida normal, mientras que el tabaquismo simplemente supone un aumento del riesgo de enfermedades para el fumador (a salvo, claro está, los más limitados del fumador pasivo…).

         De estas diferencias resulta la dificultad adicional que tiene la regulación de la producción, distribución y consumo del alcohol.

         La realidad sociológica del consumo abusivo del alcohol es verdaderamente alarmante, especialmente si la focalizamos en el consumo realizado por menores. Estamos asistiendo a un fenómeno de creciente uso, siempre abusivo, del alcohol, por parte de los menores, básicamente en las salidas nocturnas del fin de semana. Según la encuesta escolar sobre drogas para 2010-2011, el 63% de los menores entre 14 y 18 años consumieron alcohol en el último mes, más de la mitad admitió haberse emborrachado alguna vez y el 35% en los últimos treinta días.

         En este punto hay que felicitar a la ministra de Sanidad Doña Leire Pajín, por la reciente firma del Acuerdo Nacional contra el consumo de bebidas alcohólicas por parte de los menores. Este Acuerdo responde al requerimiento de la Comisión Mixta Congreso-Senado para el estudio del problema de las drogas, al que se han sumado más de treinta instituciones. El mismo recoge un decálogo de objetivos del que podemos destacar:

         Evitar toda publicidad, que ligue consumo de alcohol a éxito. Responsabilizar a todos los medios de comunicación en el mensaje relativo a los perjuicios que causa el alcohol a los menores. Prevenir y sancionar las prácticas ilícitas de venta de alcohol a menores, incluso por personas interpuestas. Para ello estimular la autorregulación de los productores, distribuidores y expendedores de bebidas alcohólicas. Detectar los factores de riesgo y fomentar los factores de protección. Diseñar estrategias y planes de trabajo con el objetivo del consumo cero de alcohol entre los menores de edad.

         No obstante, una objeción. El aumento del consumo de alcohol de los menores va ligado a la moda social de la noctambulia, que es la ocasión próxima del consumo y sus consecuencias. El próximo día trataremos de esta moda y de su íntima conexión con varios de los desórdenes más frecuentes y perjudiciales para nuestros menores. Se echa en falta en el decálogo reseñado una estrategia que evite la causa y limite el fenómeno en lo posible. Como digo, queda ello para la próxima entrega de, en este caso, "costumbres tóxicas".