Miserere
Miguel Aranguren
ALBA
El arca de la isla

        Un sacerdote me recordó que una de las penas del Purgatorio es el olvido. Lo refrendaba una encuesta en los periódicos, de esas que se publican a cuento de cualquier banalidad sin que nunca nos topemos con los encuestados… En España tardamos diez años en borrar de la memoria a nuestros allegados, tal vez porque dos lustros suele ser el plazo de los litigios a causa de herencias mal resueltas (qué tristeza, prescindir antes del finado que de la ojeriza hacia la cuñada que arrambló las cortinas del salón…), por más que existan familias a las que ni siquiera con un siglo llegarían a firmar la paz.

        Cualquiera colecciona en su “debe” un montón de muertos. A partir de cierta edad, son más los lazos que nos unen a los difuntos que los que nos atan a los vivos. Mi abuela lo pronunciaba, no sin cierta sorna, al repasar fotos antiguas: “De estos que ves aquí, todos muertos”, sin considerar que aquella muchachita que sonreía al fogonazo de magnesio era ella misma. Tal vez su corazón suspiraba por el Cielo tras una larga vida despidiéndose de la gente amada.

        Suelo poblar mi agenda de avisos: cumpleaños, aniversarios de boda, celebraciones familiares o festividades religiosas, y por supuesto las distintas añadas de difuntos a los que deseo recordar en la misma fecha que dejaron este mundo para enfrentarse al Juicio Particular. Al ojear sus páginas, destacan las cruces con las que antecedo la escritura del nombre de aquellos a quienes me liga un deber de justicia: solicitar a la misericordia de Dios su incorporación al número de los santos. Muerto aquí, muerto allá, los difuntos se me acumulan incluso en el mismo día del mismo mes, empeñados en recordarme que mi raigambre con esta tierra pende también de un hilo, que mi nombre está marcado como el de Ebenezer Scrooge, por más que mis pasiones hinquen las uñas en el polvo de los días que pasan para no volver.

        Aunque la memoria me flaquea a causa del ruido de las menudencias, distrayéndome hasta el punto de olvidar a quienes nos precedieron, ahora me duele la pena de las almas purgantes a causa de mi desafecto, con el frío que debe de hacer en aquel estado...