Anonimato, ¿es el problema?
Fernando Pascual
Génesis: el origen del universo, de la vida y del hombre
Diego Martínez Caro

        Comentarios agresivos, intolerantes, maleducados, abundan en Internet. Sobre todo, cuando quedan “protegidos” bajo el anonimato. Por eso algunos proponen suprimir el anonimato en Internet. Pero, ¿es esa la solución?

        No resulta fácil dar una respuesta. Con cierta frecuencia aparece el debate sobre el tema, sea a nivel de las mismas páginas de Internet, que discuten si admitir o no admitir a usuarios anónimos, sea a niveles de parlamentos o de gobiernos.

        Por un lado, existe el derecho de defender la propia privacidad. Si uno quiere decir algo sin que se sepa quién es el que habla, parecería que tiene el derecho de hacerlo si tiene motivos válidos.

        Especialmente esto se aplicaría a quienes son conscientes de que si firman sus aportaciones en Internet podrían ser afectados por consecuencias relevantes en su vida personal, familiar o profesional; algo que vale también para los políticos: habrá más de uno que use “nicks” para participar en blogs o en foros de Internet. Hay ocasiones en que tales consecuencias pueden ser muy graves, como ocurre si un disidente de un sistema político injusto y opresor es descubierto y penalizado con multas o incluso con la cárcel por lo que ha publicado en Internet.

        Por otro lado, se supone que la defensa de una idea buena y justa adquiere un tinte más humano si se hace abiertamente, cara a cara. La franqueza tiene un alto reconocimiento en nuestro mundo moderno, sobre todo si uno es coherente con lo que defiende y si habla desde la verdad, con educación y para promover la justicia.

        Sería, sin embargo, algo ingenuo suponer que no existen peligros a la hora de ser francos. En parte, porque defender ciertos principios supone, también en países democráticos, someterse a un linchamiento mediático sumamente pesado (sea por parte de anónimos, sea por parte de personas que firman sus comentarios). Basta con escribir un artículo contra el aborto para encontrarse con reacciones hostiles de quienes promueven como si fuera un “derecho” la eliminación de los hijos antes de nacer.

        En parte, porque en Internet conviven las dos modalidades de intervención: la anónima y la firmada. Esto crea una desigualdad a la hora de intervenir, pues mientras unos dan la cara y arriesgan (literalmente) su fama o su misma vida, otros se esconden en las sombras y actúan de modo más o menos agresivo, incluso con mentiras o calumnias sumamente graves.

        Para mencionar un caso entre miles, hace meses fue publicado en un blog el texto de un anónimo que insinuaba su deseo de agredir físicamente a los familiares de quien había firmado un artículo contra el aborto. Ese texto siguió “online” bastantes meses sin que nadie lo eliminase.

        El problema, por lo tanto, es complejo. Pero reducirlo al anonimato es insuficiente. Porque el problema no radica en la existencia de algunos (muchos) comentarios insultantes o agresivos publicados bajo el anonimato. El problema real es que, con firma o sin firma, hay personas que usan Internet para insultar, para promover la injusticia y el odio, para desprestigiar a inocentes, para generar corrientes de opinión que van contra derechos humanos fundamentales de otros.

        Discutir, por lo tanto, sobre el anonimato es fijarse en las hojas sin ir a las raíces. Las raíces están en aquellos corazones que buscan destruir al otro desde actitudes de injusticia y prepotencia, así como en situaciones políticas y sociales en las que se permite el abuso de los poderosos sobre los débiles, hasta el punto de poner en peligro el sano ejercicio de la libertad de expresión.

        Hay que ir, por lo tanto, más a fondo y recorrer caminos que sirvan para sanar la dureza de los corazones. Es desde el interior donde uno actúa: con o sin anonimato hay quienes buscan destruir injustamente la fama de otros seres humanos; al revés, con o sin anonimato, hay quienes saben defender a los débiles, difundir la verdad, ayudar a otros seres humanos en el camino común que nos permite construir sociedades buenas.