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Miguel Aranguren.- De alguna manera, considero que escribir y publicar narrativa es un lujo que no me permite el riesgo de aburrir a los lectores. Puede que resultara más sencillo aprovechar el tirón de una novela que explorar otros campos literarios. Sin embargo, prefiero el reto. De alguna manera, me obsesiona la brevedad de la vida: un novelista no debería echar el ancla en ningún género sino reinventarse con el deseo de sorprender y seguir interesando al público. Además, nos encontramos en una época de profunda crisis (económica y de valores humanos) que nos exige a los artistas no caer en el aburrimiento ni en el pesimismo.
M. A.- Siempre insisto en que para convertirse en un buen lector, hay que divertirse leyendo. Si nos acercamos a la literatura con el único afán de culturizarnos, lo más probable es que dejemos las novelas a medias. En este sentido el género de la aventura, que tan bien representan los autores que acaba de citar, es una invitación a esa diversión que nos permite, además, vestirnos con la piel de auténticos héroes que no existen en nuestra rutina, personajes que desafían la lógica y la prudencia para embarcarse en misiones que a cualquiera nos asustarían. En este sentido, El arca de la isla vuelve a los orígenes. Es decir, no solo se convierte en una herramienta de entretenimiento, sino que catapulta al descubrimiento de esa biblioteca infinita con la que soñaba Borges.
M. A.- Una de las sensaciones más dramáticas del siglo XXI consiste en creer que ya está todo dicho, visto y descubierto, como si en el mundo que nos ha tocado fuese todo previsible. Este presupuesto es la antítesis de la aventura que viven los personajes de El arca de la isla . Mario, su protagonista principal, nos enseña que hoy también caben vivencias a priori inverosímiles, lugares ignotos que dejarían en entredicho al más soñador de los hombres Por otro lado, la novela se ciñe a unos tiempos históricos bien concretos: Mario es un muchacho como cualquier otro chaval de su edad, dispuesto a terminar su último año de colegio para comenzar la universidad. Estamos en 1995, un tiempo del que todos los lectores guardan memoria. Otra de las tramas de la novela se desarrolla al albur de los sucesos del otoño de 1989, cuando cae el Muro de Berlín y comienza a desintegrarse el imperio comunista. Incluso las vicisitudes de Telmo, un cazador de fieras en África, a la que todavía se le puede considerar un edén, son fácilmente reconocibles en las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo pasado.
M. A.- Me encanta jugar con el lector. Es decir, proponerle un personaje y una trama que le animen a querer saber, por encima de todo, qué va a suceder, y presentarle de repente otro lugar con otros actores que, si en principio no parecen tener nada en común con los primeros capítulos, hacen latir a la novela. En este caso, además, uno la dificultad de jugar con varios momentos históricos que se ciñen a acontecimientos muy concretos.
M. A.- Por ejemplo. Me sobrecoge lo que ocurrió en aquellos países a lo largo de más de setenta años. Apenas nos llegaban noticias de su carrera armamentística, de las pruebas nucleares que realizaron, de las cribas étnicas y religiosas que emplearon los comunistas para someter a tantos millones de personas La Europa civilizada dio la espalda a una parte sustancial del continente, por más que allí se cometieran crímenes atroces de los que El arca de la isla hace un resumen con las prácticas científicas del coronel general Pozdneev, que ha sometido los dictados de su conciencia a una ambición sin límites, despreciando la dignidad de hombres, mujeres y niños. De hecho, unos cuarenta y cuatro años antes, los Juicios de Nuremberg descubrieron al mundo las monstruosidades de las que son capaces aquellos regímenes dictatoriales asentados en la expansión territorial y el dominio de las poblaciones débiles. El recuerdo a la barbarie nazi me ayudó a considerar cuáles no habrían sido las cometidas por los soviéticos todopoderosos.
M. A.- Esto forma parte de la magia de la literatura. Si el argumento está bien forjado, todo se hace posible.
M. A.- Telmo es el arquetipo del hombre de cuna humilde que se hace a sí mismo gracias a la suerte y a la fuerza de la audacia, hasta convertirse en el detonante de la aparición de la isla que da título a la novela. Su vida, que por momentos resulta fascinante, en verdad es un infierno: aquel en el que viven los hombres que no tienen escrúpulos con tal de alcanzar sus metas, por más que junto con su socio, El Tuerto McGeady encuentre cierto camino de redención cuando Mario aparece en sus vidas.
M. A.- Sinceramente, creo que es algo mucho más profundo. En Kenia descubrí que sería escritor (en la osadía de mis diecisiete años) y de hecho es paisaje de algunas de mis novelas. Tal vez por ese desdén que mostramos desde Occidente hacia el mundo pobre, el continente africano conserva el encanto que cautivó a los grandes escritores de novela de aventura, el mismo que a mí me atrae y el que encadena a los personajes de El arca de la isla hasta el punto de que quieran llegar a las mismas entrañas de donde mana la vida.
M. A.- Porque es de una belleza inigualable. Sin considerarme, ni mucho menos, experto en Sagradas Escrituras, las imágenes que emplea el autor bíblico para escenificar la creación son cautivadoras. Especialmente la estética con la que se refiere al bien y al mal, esas conocidas metáforas de los árboles y sus frutos. En mi libro está presente el Árbol de la Vida, que despierta en los protagonistas de la novela, quizá, los mismos anhelos que motivaron el pecado de nuestros primeros padres.
M. A.- Si nos referimos al Génesis, muy pronto descubrimos que aquel paraíso terrenal era un regalo de Dios a los hombres, a quienes otorgó el mandato de trabajar la tierra y multiplicarse, colocándoles en un peldaño superior a las cosas creadas. Por tanto, considero que los científicos del siglo XXI deben investigar los orígenes de la vida para protegerla, asegurar el éxito de cada nacimiento y la preservación del medio natural. Sin embargo, es cierto que hemos alimentado un mito que enfrenta fe y razón, como si fuese incompatible realizar investigaciones médicas bajo la luz de la Revelación, lo que no es cierto. Además, la realidad es tozuda: cuando los hombres prescindimos del garante divino, nos disfrazamos de pequeños diosecillos.
M. A.- Le pondré un ejemplo: cerca de mi casa funciona una clínica de reproducción asistida, es decir, de fecundación in vitro y manipulación embrionaria. La ciencia juega, en este caso, con el noble afán de los esposos o de las parejas estables por tener un hijo, y hace del asunto un negocio que está muy por encima de la dignidad del no nacido. De hecho, durante meses decoraron la fachada del edificio con fotos de niños de anuncio, como si aquello fuese un supermercado de bebés a la carta. El científico suplanta el papel de Dios y, como es de esperar, lo juega torticeramente: me refiero a los embriones sobrantes, a los que mueren en el camino de la experimentación, a la donación anónima de esperma y óvulos, al derecho de saber de dónde y de quién venimos, a los vientres de alquiler, a la paternidad-maternidad en parejas homosexuales y a la macabra industria del aborto.
M. A.- Por supuesto, pero no quisiera destripar uno de los aspectos más inquietantes y sugerentes de la novela. Sólo diré que hace unos años nos vanagloriamos con la clonación de aquella oveja que después envejeció y murió repentinamente. Pese a la débil protección de algunas legislaciones que tratan de ponerle coto, estoy convencido de que más de un laboratorio ha tratado de emplear el mismo protocolo para la clonación de seres humanos. Es, otra vez, el hombre que pretende convertirse en Dios.
M. A.- Más bien al contrario. Durante lustros nos han tratado de convencer de que se debían emplear los embriones congelados en nitrógeno para favorecer del desarrollo de células madre que nos iban a librar del alzheimer y otras enfermedades por ahora incurables. Baste recordar al ministro Bernart Soria, que lleva años recibiendo cantidades ingentes de dinero para la manipulación de esas vidas en proceso que no le pertenecen y de las que no ha logrado ningún resultado. De hecho, las células madre embrionarias degeneran en procesos incompatibles con la curación. No así las células madre adultas, que ya se están aplicando con éxito en muchos hospitales. Sin embargo, a quien denostábamos la manipulación embrionaria y apoyábamos la celular, se nos cargó el sambenito de confundir ciencia y religión.
M. A.- Adelante
M. A.- Como en las clásicas novelas de aventuras, no hay un público concreto a quien vaya destinado el libro. Además, su tesis científica hace que esa masa de posibles lectores sea aún mayor. Por tanto, creo que puede disfrutarse desde los dieciséis a los ciento trece años, que es lo que dicen que vivió el hombre más longevo del planeta.
M. A.- El comienzo de cada capítulo viene acompañado por un rápido apunte a tinta. ¿La razón? Que me gusta dibujar y que, en este caso, las ilustraciones dan pistas al lector sin que por ello condicione su libertad de imaginar a su gusto la totalidad de la novela. | |||||
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