Leyes tóxicas.
Mi familia
José Javier Castiella
ALBA
Un extraño en casa: comunicación con el adolescente
Victoria Cardona

        La semana pasada nos ocupábamos de una norma tóxica, contenida en la ley de reproducción artificial, que permite el anonimato de donante de esperma o, lo que es lo mismo, priva al hijo así engendrado, del derecho a un padre.´

         Hoy nos toca comentar lo que, en el circo, sería el "más difícil todavía" y aquí, en términos de leyes tóxicas, viene a ser "peor todavía".

         Si la semana pasada veíamos la injusticia que se comete con una persona privándole de su padre biológico, hoy nos toca comentar las normas que permiten a los adultos privar a los embriones humanos crioconservados, esto es, congelados, de su familia biológica o, por lo menos, descontextualizarla en el tiempo de tal modo, que los dejan desubicados respecto del tiempo en el que fueron engendrados.

         Felizmente no siempre las leyes tóxicas dañan del modo en que pretenden hacerlo. En este caso la razón de que el daño real y práctico de descontextualización biológica sea prácticamente inexistente radica en que los embriones crioconservados son todavía, en algunos aspectos, una asignatura pendiente para la ciencia, tanto en la fase de congelación como, sobre todo, en la de reanimación. Si a ello unimos el hecho de que el tiempo de congelación no para totalmente, sino que solamente ralentiza los procesos biológicos, lo cierto es que los embriones crioconservados envejecen y disminuye su capacidad de reiniciar el desarrollo interrumpido por la congelación. Ello significa que no ofrecen garantías de un correcto desarrollo y las propias clínicas en las que se conservan suelen ofrecer a los clientes la posibilidad de un embrión "fresco", como alternativa de reproducción más segura.

         Siendo así las cosas ¿Porqué ocuparse de este tema? Porque, aunque el daño no se produzca, por falta de conocimientos científicos, (actualmente el "récord" de crioconservación y reanimación exitosa está en doce años), la intención de manipular y de disponer de seres humanos en su derecho a una familia es la misma o mayor que en los otros casos de reproducción artificial. Porque quizás algún día la ciencia avance en las técnicas de congelación y reanimación, de modo que sea posible en la práctica hacer nacer a una persona muchos años después de que sus padres biológicos la concibiesen y ello significaría privar a esa persona de su familia de sangre y sustituirla por la voluntad del o de los adultos que decidan en qué momento se reanima el embrión y quién y de qué modo se hace cargo de su desarrollo. Porque lo que subyace en esta norma es puro veneno respecto del menor.

         La norma que permite la congelación de embriones humanos es un diseño de adultos que solamente se entiende en su maldad respecto de los menores mínimos si uno, cada uno, usted mismo, querido lector, hace el ejercicio mental de ponerse en el lugar del embrión reanimado a los treinta años de ser engendrado.

         Es tan sencillo como situarse en el cumpleaños de la treintena. En mi caso, para este momento, habían fallecido mis abuelos, mis padres ya eran abuelos de muchos nietos y yo mismo, esposo y padre de algunos hijos. Mis hermanos, algunos mayores y otros menores que yo, completaban en aquella fiesta de cumpleaños el entorno familiar inmediato. A ese entorno debo el recuerdo de una infancia feliz, de un aprendizaje sin esfuerzo, ni casi reflexión, sobre lo que es la familia en la que uno madura en un ambiente afectivo y seguro.

         Nacer en ese día, lo cual, con la ley de 2006 vigente, es perfectamente legal y posible, supone perderse esos treinta años de modo irrecuperable, crecer con padres ancianos, hermanos con edad de padres etc.

        ¿Y la alternativa? Biológicamente imposible de igualar a la que marcó en su momento la naturaleza. La decisión de reanimación del embrión congelado supone sustituir el marco natural de desarrollo en familia natural coetánea por otro artificial, bien trasnochado cronológicamente o simplemente no consanguíneo. En cualquiera de las opciones el menor sale perdiendo a su familia.

         A la vista de estas reflexiones surge imponente la pregunta: ¿A usted le gustaría ser protagonista pasivo de este tipo de experimentos?

         En este momento, querido lector, posiblemente a los dos nos llena el mismo sentimiento de rechazo a esta manipulación de la biografía de una persona. Es que nos hemos posicionado en el lugar de la víctima. Es lo que no ha hecho el legislador. Es lo que debemos pedir al legislador; que no se limite a observar al adulto que le pide dominar, perpetuar, manipular y decidir por terceros, los embriones humanos congelados, sin percatarse o, peor aún, con conciencia y voluntad de hacer lo que hace, que es privarles del contexto familiar que necesitan por naturaleza para desarrollarse convenientemente.

         El artículo 10 de nuestra Constitución, en su número 1 dice "La dignidad de la persona, los derechos inviolable que le son inherentes, el libre desarrollo de la personalidad, el respeto a la ley y a los derechos de los demás son el fundamento del orden político y de la paz social".

         Todo esto queda radicalmente incumplido en el caso que nos ocupa. El diseño antropológico de la persona es el que es. Las leyes tóxicas, como la que ahora comentamos, pueden dañar a las personas, pero no modifican en un ápice ese diseño, es decir, generan sufrimiento innecesario e injusto de modo inexorable.

         Esta ley, en el apartado que hoy nos ocupa, felizmente es todavía poco dañina, pero será bueno que tomemos conciencia de su toxicidad, antes de que envenene vidas reales de personas inocentes.

         El otro día, una amiga cirujana infantil me comentaba que los defectos cardiológicos en niños pequeños aumentaban de un modo porcentual enorme cuando se trataba de niños fruto de fecundación in vitro.

         Es bueno que conozcamos y dominemos la naturaleza. Ese es el objeto de la ciencia y también el mandato de Dios al hombre en el Génesis. Pero respetándola. Esta frontera, que vamos teniendo clara en relación con la ecología y el medio ambiente, conviene aplicarla también a la biología humana y al desarrollo de las personas. Podríamos cerrar este apartado de leyes tóxicas haciendo una apuesta por el ecologismo biohumano.