Leyes tóxicas.
El menor delincuente
José Javier Castiella
ALBA
21 Matrimonios que hicieron historia
Gerardo Castillo

        Madrid, Calle Lagasca, 12 del mediodía de un sábado primaveral de 2008. Paseo con mi esposa y vemos a dos niños, chico y chica, de unos doce o trece años que, por gestos, se dirigen a los peatones. Carmen, mi mujer, me comenta: mira, qué pena, son sordomudos. Cuando pasamos a su lado nos abordan con gestos en los que piden que leamos un papel que nos enseñan. En el papel se lee un texto sobre una ONG de ayuda a la sordomudez. Contesto, con gestos, que voy a darle dinero. Sonríen. Saco la billetera y, cuando la abro para sacar el billete que le entrego, antes de volver a cerrarla, la chica, con una sonrisa angelical, me pone encima de la billetera abierta, un soporte rígido con un papel encima para que, además del donativo, firme adhiriéndome a una solicitud de ayuda para esa ONG. Firmo el documento. Ellos, con una sonrisa de agradecimiento se despiden. Casi simultáneamente yo recojo mi billetera y en ese instante tengo el reflejo, inusual en mi, de confirmar el contenido. Está vacía. Aprovechando el momento de la firma, la angelical niña hábilmente ha sacado todos los billetes que tenía. Para cuando me percato de ello los dos chavales se han ido. Levanto la cabeza y los veo a unos cuatro o cinco metros, acelerando el paso. Tomo conciencia de lo ocurrido y, con el cabreo imaginable, echo a correr detrás de los ladronzuelos. Ella, que lleva el dinero y corre menos que su compinche, compensa con astucia su menor velocidad: a medida que me acerco a ella y la alcanzo echa uno de los billetes a la calzada. Yo paro a recogerlo y en el tiempo que tardo en la operación, ella vuelve a sacarme ventaja. Cuando de nuevo, yo jadeando, la voy alcanzando, repite la operación y yo, de nuevo a pasar la prueba del "agáchate y vuélvete a agachar". Aquello parece una gincana. Un policía que, de paisano, paseaba por allí y se percata de la situación, la detiene.

        Vamos a Comisaría, hago la denuncia. Como es menor de 14 no le es imputable el delito de hurto del que está convicta y confesa (de sordomuda nada). Cuando insisto en la responsabilidad del adulto que venga a hacerse cargo de la misma, se me contesta, con una mezcla de desánimo y fatalismo, que el tema no tiene remedio, porque la menor es inimputable y tampoco hay cauce legal para ir contra su entorno adulto.

        ¿Por qué están así las cosas? El año 2000 una Ley, cuya exposición de motivos rezuma "buenismo" de protección del menor, declaró no delictivos los actos de los menores de catorce años.

        La realidad es que, en los años siguientes a la entrada en vigor de esta ley, se ha producido un notable incremento de la delincuencia protagonizada por menores. Tan es así que, en 2006 se ha reformado la Ley mencionada, agravando las penas a determinados delitos cometidos por menores, si bien, sigue vigente la inimputabilidad de los menores de catorce años y no se alude a la responsabilidad del entorno adulto del menor delincuente.

        ¿Qué ha pasado? El legislador no entiende que, para regular bien esta materia, debe tener en cuenta varias circunstancias básicas y su conexión recíproca: que el uso de razón del menor comienza hacia los siete años; que el desarrollo físico y mental de los menores con uso de razón les hace capaces, física e intelectualmente, para una creciente variedad de delitos y, sobre todo, que su minoría de edad se traduce en una gran plasticidad, receptividad moldeadora de patrones de conducta.

        Ello significa que si el entorno adulto de estos menores es delictivo, los adultos delincuentes utilizarán su enorme capacidad de influencia sobre el menor para, aprovechando su falta de responsabilidad penal, perpetrar a través de ellos los delitos que los propios adultos les enseñan o incluso obligan a realizar.

        Fíjese, querido lector, en el sarcasmo que supone el que la ley que pretende proteger al menor, le perjudique de un modo gravísimo: incentiva a los delincuentes de su entorno para enfangar a los pequeños en el mundo del delito, precisamente durante la edad en la que se está fraguando su personalidad de adulto.

¿Cómo debe regularse el tema?

        Entiendo que no descartando la responsabilidad del menor que actúa con conciencia y voluntad de producir un daño, conforme a las reglas generales, sin espacios de tiempo inimputables, que se vuelven contra el supuesto menor protegido; regulando la necesidad de un informe pericial sobre el interés del menor en el caso y facultades de discrecionalidad judicial, que permitan ajustar la posible responsabilidad, incluso penal, del menor.

        Pero, sobre todo, regulando de un modo riguroso la responsabilidad de su entorno adulto, sean o no progenitores biológicos del menor que delinque. Esos adultos no son solamente responsables de los delitos cometidos por los menores bajo su control e influencia sino, por encima de ello, de un daño de mucho mayor alcance: el producido en la fragua de personalidad del menor, al que roban su infancia y predisponen y condicionan como marginal y delincuente.

        Ni en las leyes comentadas ni en las demás, muy abundantes por cierto, que tratan del "interés del menor" existe una idea clara acerca de en qué consiste éste. Es un concepto complejo e interdisciplinar, cuyo conocimiento evitaría meteduras de pata legislativas como la comentada hoy, al que prometo dedicar, contando con la paciencia de los amables lectores, un apartado especial.

        Por cierto, a modo de epílogo. Al cabo de un año del incidente con el que abría este artículo, volví a ver a la misma chica, en la misma calle, haciendo el mismo "trabajo". Nos reconocimos de inmediato al vernos. Ella salió corriendo y yo, sin pensarlo, detrás de ella. Esta vez no había billetes que echar… y aunque ella corría más y yo seguramente menos, es ley de vida, le di alcance al cabo de un rato. Cuando la tuve retenida, se me vinieron a la cabeza las fases del incidente anterior y saqué una conclusión: no tenía sentido volver a pasar por ellas. La prueba era ella misma. Seguía impune en el mismo lugar, haciendo lo mismo. Y la solté. Ahora lo escribo con la esperanza de que quizás a algún sesudo legislador le de luz el relato para corregir el tiro y orientar mejor su brújula normativa.