Que regrese Tintín
Tintín es un saco sin fondo de valores, presto a salvar a la humanidad de los planes de los enemigos más «ectoplasmas» (según vocabulario del capitán Haddock) y a no decir jamás una mentira.
Miguel Aranguren
Colección Las Aventure de Tintín
Hergé

 

 

El personaje y sus compañeros

        Tintín es uno de mis más viejos amigos. Sí, amigo, tal como suena, porque cada dos o tres años nos encontramos —siempre soy yo el que sale en su busca—, y pasamos al menos un trimestre de viaje, desde el Congo colonial a las selvas guerrilleras de Centroamérica, pasando por China, la India, una América del Norte de película de John Wayne, el Tíbet, Europa Central, Europa del Este, Gran Bretaña, Oriente Medio, los Andes peruanos, las islas de Indonesia, el desierto del Sahara, los alrededores de Groenlandia, el misterioso Egipto y la mentirosa Rusia de los soviets.

        No sé quién me presentó a este chico de edad imprecisa, que a pesar de la evolución física y psicológica que presenta en cada álbum apenas cambia de aspecto, aunque desde su primera aventura hasta la última hayan transcurrido más de cincuenta años de trabajo artesano por parte de Hergé y su equipo. Lo cierto es que Tintín vive en mi casa desde siempre, con alguna página con manchurrones de chocolate, porque de niño me esperaba en el momento de la merienda.

        Sus biógrafos aseguran que no sería nada del monigote belga sin los personajes que le rodean. Es decir, que el capitán Haddock y el a veces repipi Milú son quienes de verdad fijan los caracteres del héroe, porque sin ellos los únicos rasgos ciertos del reportero serían un afán desproporcionado de aventura y una tendencia algo mecánica hacia el bien y la justicia. Porque de Tintín no sabemos apenas nada: no tiene pasado ni familia, no tiene amigos de su edad, no hay ninguna chica que le guste ni un defecto predominante que le desenmascare. Le conocimos con título de periodista –oficio que sólo ejerce durante sus viajes a Moscú y al África negra–, instalado con comodidad en la calle del Labrador junto al foxterrier, que es un poco su ángel de la guarda y un poco su Lucifer.

        Tintín es un saco sin fondo de valores, presto a salvar a la humanidad de los planes de los enemigos más «ectoplasmas» (según vocabulario del capitán Haddock) y a no decir jamás una mentira. Este carácter provoca admiración y odio entre los bandidos y malhechores que cruzan por su existencia de papel.

De algún modo tiene que volver

        Me gustaría ser como él, recorrer el mundo sin descanso, derrocar la maldad sin sufrir desgaste y después pasear por los jardines de Moulinsart en compañía del capitán o del célebre profesor Tornasol.

        Conocí a un admirador de Tintín unos años mayor que yo. Tenía toda la colección en las estanterías de su despacho. Mientras hablábamos, se levantó y eligió el cómic que más le gusta, aquel en el que nuestro globetrotter convence a Haddock para que le acompañe en una búsqueda de principio absurda: el avión de su amigo Tchang se ha estrellado contra los macizos del Tíbet, pero Tintín tiene la corazonada de que el niño no ha muerto en el accidente, que le espera en algún lugar de las cumbres del mundo, enfermo y aterido. Tras muchas peripecias, el presagio de Tintín se hace realidad y rescata al pequeño Tchang de la guarida del Yeti, donde el abominable monstruo le tenía secuestrado.

        «Necesitamos un Tintín para nuestra época», comentó el tintinólogo de marras mientras cerraba las viñetas aprendidas de memoria, y no sé si se refería a que añora nuevas aventuras del chico del mechón o a que precisamos de un héroe capaz de enfrentarse a las actuales fuerzas del mal, a los «ectoplasmas» de hoy en día: aquellos que secuestran, extorsionan y matan con la excusa de no se entiende bien qué argumentos, aquellos otros que hacen fortuna con la droga, aquellos de más allá que se enriquecen de las arcas colectivas o aquellos que asesinan con la conciencia apagada en una sala que aparenta ser un paritorio.

        Tintín, de vivir en el final del siglo, no tendría descanso. Pero –me temo– sus enemigos ya no se conformarían con un puñetazo que provoque estrellas y pajaritos de colores: sus disparos, en esta nueva aventura, serían certeros.