Yo escogí la libertad
Victor Kravchenko
'Yo escogí la libertad', de Víctor Kravchenco

Ex-miembro del PCUS, Kravchenko huyó a EEUU y pidió que no se diese la espalda al martirio de una sexta parte del planeta.

Alfonso Carlos Amaritriain
Yo escogí la esclavitud
Valentín González

 

 

No vivir de espaldas a la triste realidad

        El autor no pudo menos que escribir sus memorias. De entusiasta comunista y miembro del Partido acabó sufriendo sus purgas y delirantes políticas. Huido a Estados Unidos pudo escribir este libro que ahora ha sido reeditado por Ciudadela y que ya en su momento consistió en un gran éxito editorial.

        Aunque ya han pasado muchos años desde la caída de la URSS, este tipo de obras conviene no olvidarlas y releerlas. La URSS ha muerto, pero no así ni el comunismo ni el totalitarismo. Por eso, este tipo de libros, nos ayuda a entender la lógica de un sistema alógico, y no descartamos que algún día pidiéramos volver a conocer este tipo de delirios.

Estas memorias están escritas con tanta fuerza que al final uno cree estar leyendo una novela pero, desgraciadamente, todo lo relatado fue real. Aún hablando en presente, el autor nos avisa:

        “La dictadura comunista en la URSS no es un problema para el pueblo ruso solamente o para las democracias solamente. Es el problema de toda la humanidad. El mundo no debe continuar indefinidamente volviendo la espalda al martirio de una gran parte de la raza humana que habita en una sexta parte de la superficie de la tierra. Esta parte está gobernada por un grupo deificado de jefes del Politburó que se apoyan en el aparato del Partido y en una gigantesca fuerza de policía”.

        Esta descripción, por desgracia, aún hoy sigue vigente y se podría aplicar exactamente a China.

        Los entusiasmo revolucionario de juventud, dejaron paso a la experiencia de las políticas stalinistas y las hambrunas que provocaron. Algún testigo de esas hambrunas relataba así su desgracia en una aldea ucraniana:

Por increíble que parezca

        “Centenares de personas están hinchadas por la inanición. No sé cuantos se mueren a diario. Se hallan tan débiles que no salen siquiera de sus casas. Mi carro da la vuelta todos los días y recoge los cadáveres. Hemos comido de todo: perros, gatos, ratones, pájaros. Mañana, a la luz del día, ustedes verán que los árboles están descortezados. Se comía eso y también estiércol de caballo”.

        Especialmente interesante es leer la páginas dedicadas a las purgas. El ambiente creado entre los miembros del Partido no dejaba de ser expectante:

        “Se había seleccionado a cientos de integrantes de las comisiones de purga. Pronto empezarían sus sesiones públicas en fábricas, oficinas, institutos, escuelas … Todo comunista sería sometido a confesiones públicas e inquisición. Más que nunca, sentíamos la presencia de aquellos ojos y oídos invisibles pero ubicuos; sabíamos que los expedientes donde estaban registrados nuestros pensamientos y nuestra vida eran examinados, y que nuestros enemigos personales tendrían una oportunidad para exponer nuestros pecados reales o imaginarios”.

        En una especie de orgía mística y deseando “purificarse”, el Partido comunista, en pocos meses depuró a 200.000 militantes. Este sería el inicio de otras purgas que asolarían la URSS.