Sin Excusas
Kyle Maynard
La ley natural, antídoto
del relativismo ético
La audacia intelectual que preside la actuación de Benedicto XVI no se detiene y su confianza en la fuerza de la verdad es un ejemplo y un estímulo para el hombre de nuestros días y de siempre.
Enrique R. Moros
La Gaceta de los Negocios
La abolición del hombre

 

 

 

 

 

 

 

Porque es el bien para todos

        En la audiencia concedida anteayer a la Comisión Teológica Internacional presentó un desafío extraordinario, no sólo para la Iglesia, sino sobre todo para las modernas sociedades democráticas y para la entera civilización occidental. Propuso a ese grupo de teólogos e intelectuales destacados repensar “el gran patrimonio de la sabiduría humana”. El objetivo consiste en conseguir ilustrar de manera argumentada y convincente los fundamentos de una ética racional válida para todos.

         Por ética racional ha de entenderse una ética verdadera, es decir una comprensión de la acción que muestre “la transparencia de la razón humana”, capaz de ver la realidad de las cosas y del hombre y de escuchar con atención la voz que nos dirige. Precisamente por ser racional, no es de nadie en particular y puede iluminar y ser acogida por cualquiera. Así una ética racional constituye el núcleo en el que pueden enraizarse auténticos acuerdos intersubjetivos y erigirse sólidos proyectos sociales de envergadura suficiente para incluir a la humanidad entera. Perdida, en cambio, la evidencia originaria de la verdad sobre nuestra actuación, no se buscará ya tanto el bien como el poder o el equilibrio de poderes. Pero el acuerdo que satisface a los que mandan deja a la intemperie a la mayoría de los ciudadanos y aniquila las comunidades en las que éstos podrían apoyarse.

        Si buscamos y nos encontramos ante la verdad, que la razón reconoce, advertiremos que ésta no impone ninguna exigencia extraña a la razón misma ni a la persona. Si nos anima a actuar, simplemente subraya la intrínseca necesidad que tenemos de obrar. Si muestra un camino como erróneo, está indicando que va contra nosotros mismos, contra nuestro crecimiento como personas, contra la plenitud que ansiamos. Y, merced a que cada hombre puede usar su propia razón, la verdad puede iluminarnos a todos. Arraigada en ella la palabra de cualquiera deja de ser un grito animal se convierte en instrumento de diálogo, de una justicia posible y de paz entre los hombres. En la razón se descubre el instrumento de lo común, del bien de todos y para todos.

         Aquí está la propuesta del Papa: usar la palabra para poner en evidencia la verdad, frente a todo discurso ideológico, contra la propaganda o el abuso sistemático de los que poseen el poder económico o mediático. Cualquiera de éstos puede conseguir un consenso coyuntural, que deja fuera a los que se atreven a ir contracorriente, que no tiene en cuenta las consecuencias reales de nuestras acciones y es incapaz de suscitar una aprobación universal. Frente a ellos y contra los golpes que se dirigen hacia el verdadero fundamento de la sociedad, provocando dramas humanos de largo alcance, el Papa propone que mostremos de manera intelectualmente convincente y testimoniemos vitalmente la dignidad y la libertad de la propia razón humana. Y de esta manera aseguremos de manera honesta una civilización entrañablemente humana, con plena conciencia del valor innegable de la ley moral natural, y por eso respetuosa con la dignidad de cada hombre, acogedora del progreso, e integradora de las diferentes culturas y civilizaciones.