Solzhenitsyn
Joseph Pearce
'Solzhenitsyn, un alma en el exilio', por Joseph Pearce
El relator del horror del gulag y la mentira soviética, de la lucha por la supervivencia, también lo es del don de la vida y el misterio de Dios.
Jorge Martínez Lucena
Comunismo y nazismo
Alain de Benoist

 

 

Fue un comunista ejemplar

        El 12 de junio, Solzhenitsyn volvía a ser portada en los periódicos. Se le había otorgado el Premio Nacional de Rusia y el mismísimo presidente Putin le visitaba en su dacha.

        Quizás sea ésta la penúltima vez que este anciano y polémico escritor –Premio Nobel de Literatura en 1970– se convierta en noticia. Sería una lástima esperar a su obituario para recordar o descubrir a este incómodo Jeremías y su aportación a la literatura, a la cultura y al panorama político de Rusia (y del mundo) en el S.XX.

        En este sentido, esta suculenta biografía es una oportunidad que no conviene dejar pasar. Su autor, J. Pearce, como ya había hecho con autores como Tolkien, Chesterton o Wilde, demuestra, a través de la agilidad de sus páginas, un brillante trabajo de documentación y una empatía con el biografíado que nace de la familiaridad tanto con la letra como con el espíritu de toda su obra: “El pabellón de cáncer”, “El primer círculo”, “Archipiélago Gulag” (quizás su obra más conocida), “La rueda roja”,... Por si fuera poco, su gran conocimiento del autor se ve reforzado por las dos preciadas y prolongadas entrevistas que éste le concedió y que se desgranan oportunamente a lo largo del libro.

        Solzhenitsyn es uno de esos supervivientes a los que uno se complace en escuchar. La circunstancia que han atravesado les ha obligado a tomar conciencia de quiénes son, a bajar a los infiernos y a comprobar si realmente la vida tiene sentido y por qué.

        Tras ser un modélico comunista y un destacado estudiante de Física, Matemáticas y Literatura, Solzhenitsyn luchó con honores contra los alemanes en la 2ª Guerra Mundial, presenciando los horrendos abusos de la milicia soviética con la población civil alemana. Allí, inesperadamente, fruto del escrutinio de su correspondencia personal, fue acusado por sus propios superiores de estar intrigando contra Stalin. Por ello le cayó una condena de 8 años a trabajos forzados que cambiaron su vida.

Conociendo y publicando la verdad

        Conoció la verdadera entraña materialista del comunismo y sus cárceles. Redescubrió el valor de la tradición ortodoxa rusa en que le intentó educar su familia. Y así se le abrieron los ojos a la verdadera felicidad, aquélla que no es susceptible de confundirse con el hedonismo, sino que abraza también el sufrimiento de la vida como una oportunidad para constatar y mejorar lo que somos. Como él mismo contaba: “Primero viene la lucha por la supervivencia, luego el descubrimiento de la vida, luego Dios.”

        Una vez fue liberado, fue desterrado, padeció un cáncer abdominal y siguió bajo la constante presión de la KGB, pero, gracias a su empeño incansable, a sus minuciosas precauciones, a Natalia –su segunda y amada esposa– y al relajo de la censura a la muerte de Stalin, consiguió publicar su primera novela: "Un día en la vida de Iván Denisovich". A partir de entonces, el régimen comunista empezó a sufrir los efectos de un virus para el que no tenía anticuerpos, la verdad, siempre pronta y descarada en los escritos y en la voz de este anacoreta de las letras.

En los últimos años

        El camino que escogió le trajo múltiples tribulaciones: amigos muertos, destituidos, su expulsión de su amada patria, sus largos y dolorosos exilios suizo y americano, y continuas críticas, tanto en la URSS como en Occidente, donde su certeza cristiana a la hora de juzgar molestaba, en un ambiente donde el relativismo crecía y sigue creciendo. Pero siempre citaba el proverbio ruso: “una palabra de verdad pesa más que el mundo.”

        Uno lee con fruición este libro y sale de él con la impresión de que la heroicidad es algo al alcance de todos. Sólo hace falta saber de qué vive el hombre y moverse, para lo cual la vida entera de Solzhenitsyn resulta iluminadora, igual que su obra, que sorprende por una profética contemporaneidad.

        En suma, un viejecito de 89 años que, como su admirado Juan Pablo II, fue protagonista del derribo del muro de Berlín y todo lo que significaba. Y, como el incansable Papa, no sólo lo celebró, sino que llamó a todos a trabajar, a construir, y a no doblegarse ante materialismo superficial de la modernidad globalizada. Solzhenitsyn ya se lo había dicho a sus carceleros:

        “¿Mi nombre? ¡Soy el Peregrino de las estrellas! Tienen firmemente apresado mi cuerpo, pero mi alma está más allá de su alcance.”