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Estoy de acuerdo con los eslóganes que animan a aprovechar la vida y disfrutarla «a tope». Difiero cuando se propone hacerlo por la evasión y el anonimato, tapándose los ojos y tirando hacia delante. Vivir la vida como contrapuesto a gastarla, o al resignado ir tirando, sí que supone caerse bien, aceptarse y amarse. Descubrir el privilegio de vivir como un regalo positivo me parece algo básico; pero no la vida en abstracto, sino mi vida concreta, con mis determinaciones concretas. Para aceptarse y caerse bien, hay una verdad! oculta y previa, que es ésta: el sentido de la vida lo recibo, no me lo doy a mí mismo. El porqué de mi existencia me viene de fuera. Con este punto de partida, disfrutar de la vida viene dado. Sin embargo, no nos gusta nada aceptar este punto de partida, porque presupone renunciar a la autonomía absoluta que es como el sueño al que nos alienta la cultura actual.
Muchos pensadores honrados de nuestro tiempo, de todo el abanico ideológico, desde Octavio Paz a Karol Wojtyla, reconocen que nuestros problemas tienen su raíz en el olvido de la persona: ha desaparecido del mapa, absorbida por el individuo o por la colectividad. Aquí está la respuesta: el individuo y la colectividad no saben amar ni realizar una vida humana. Por eso, para el tercer milenio, J! uan Pablo II apuntó que la evangelización debía comenzar por el hecho de que los cristianos fuésemos «expertos en humanidad». Con el libro he querido ofrecer una herramienta para hacernos expertos. Sugiero cuatro claves básicas para ser persona, y para educar o formar a otros como personas. Olvidada la persona, olvidado el sentido épico de la existencia. Volvamos al cuento de Caperucita Roja: ella recibe una misión --llevar comida--, para un destinatario su abuela-, surgen unas dificultades por parte del enemigo --el lobo--, y ella es solicitada para desempeñarla. Este cuento es un buen exponente de la vida de cualquier persona. El fin de la existencia no es lograr que sea indolora, sino realizar los privilegios que me han sido confiados. Como late en el pensamiento griego y Nietzsche pretende recuperar aunque de un modo que se ha demostrado erróneo-, el hombre est&aac! ute; hecho para ser un héroe. Sin heroísmo, la vida es despreciable. ¿De qué heroísmo hablo? Del de conseguir que en la vida personal y en la vida generada en mis ámbitos de influencia venza el bien sobre el mal, la belleza sobre la fealdad, el amor sobre el odio... Ese combate épico en mi realidad concreta hace que cada uno realice la mejor de las vidas posibles.
Sí, así es. La antropología cristiana cree que la felicidad y el amor son posibles para cualquiera. Postula la libertad, no como punto de partida, sino como conquista, en primer lugar luchando contra todas las energías negativas que surgen del corazón del hombre esclavizándolo. Por esto, el dominio ! sobre uno mismo es fundamental. Quizá éste sea el gran olvido práctico en nuestra civilización: necesitamos el esfuerzo de la superación, la tensión del compromiso, la grandeza de la rectificación, el cansancio de la conquista, la violencia del dominio El sufrimiento no es la bestia negra de la existencia; el crecimiento, la purificación y la realización fiel de la propia vida exigen en muchas ocasiones asumir el sufrimiento. Negarlo impide ser capaz de amar y caerse bien.
Sé que la felicidad plena no es posible en esta vida terrena, pero por supuesto que me considero feliz. Me gustaría, sí, generar esos pensamientos y el gusto por la vida. También sé qu! e el secreto de la felicidad nos está vinculado a la persona de Jesucristo, vivo y activo, íntimo conocedor del hombre y de cada hombre. Sin embargo, como no todos comparten la fe, y me gustaría que su mensaje llegase a todos, en este libro opto por moverme exclusivamente en el nivel filosófico, y muy pegado a narraciones de la literatura contemporánea, para poder compartirlo con todos. Los cuatro pilares antropológicos que propongo como básicos: apertura, agradecimiento, respeto y rebeldía. Ojalá muchos encontrasen en estas páginas estímulos para no tirar la toalla: la vida es formidable, y hemos de resistirnos a que, por un lado, la mala experiencia personal nos aplaste, y por otro lado, a que la cultura imperante nos haga pensar que somos masa. | |||||
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