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La tesis del libro consiste en afirmar que hay dos procesos de secularización. Uno fuerte, que se identificaría con la afirmación de la autonomía absoluta del hombre, cortando toda relación con una instancia trascendente. Desde una perspectiva cristiana aunque no sólo, también desde un punto de vista antropológico es un proceso muy negativo, pues la persona humana no se entiende sin su apertura a la trascendencia. Pero existe otro proceso de secularización, que he llamado «desclericalización», que consiste en la toma de conciencia de la autonomía relativa de lo temporal, que juzgo profundamente cristiana. Se trata de establecer la distinción no la separación radical entre el orden natural y el sobrenatural, y entre el poder político y el espiritual. En otras palabras, es ser coherentes con el «Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Si el primer proceso podría identificarse con el laicismo, el segundo sería la afirmación de la secularidad.
Creo que la cultura occidental no se puede entender sin el cristianismo. Los dos procesos arriba mencionados dicen relación directa con la presencia de la religión cristiana en la historia de nuestras sociedades. No es posible hablar de Voltaire, de Nietzsche o de Marx sin su posición respecto a la revelación cristiana. En este sentido, la secularización es característica de una cultura de origen cristiano, como es la occidental. En otras culturas ha habido procesos diversos, y los elementos de secularización que se desarrollan en Asia o en África tienen origen occidental.
Las ideologías que han caracterizado los siglos XIX y XX tienen pretensiones de ser explicaciones completas del hombre y de su destino. En este sentido son incompatibles con las religiones, que también pretenden dar una explicación total del mundo. Ahora bien, las ideologías mencionadas en el libro no son idénticas entre sí, y hay algunas versiones matizadas de las mismas que no se oponen tan radicalmente a la religión. En mi libro procuro matizar la presentación de las ideologías, aunque critico claramente las antropologías reductivas que se encuentran en su base.
Estoy convencido que la crisis actual es una crisis de la verdad sobre el hombre. De ahí la insistencia de Juan Pablo II y Benedicto XVI en confiar en el poder de la razón, que puede llegar a verdades objetivas y normativas. Creo que se puede presentar el magisterio de Juan Pablo II como un intento de poner de manifiesto la belleza de la verdad sobre el hombre La verdad se puede conocer («Fides et ratio»), se puede vivir («Veritatis splendor») y se debe difundir («Redemptoris missio»). El actual Papa está haciendo un gran esfuerzo para que redescubramos la ley natural, que arroja luz sobre los principales problemas de la cultura contemporánea (familia, vida, paz, diálogo intercultural, etc.).
La propuesta de Juan Pablo II sobre el nuevo orden mundial fue formulada sintética y claramente en su discurso a la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1995. Allí el Papa hablaba de la sustancial unidad del género humano, de la tensión antropológica entre la apertura a lo universal y la identificación con lo particular, tensión que hay que vivir en un sereno equilibrio. También subrayaba la existencia de un orden moral objetivo, que implica el respeto a los derechos de la persona humana en su integridad. Lamentablemente, desde 1995 hasta ahora hemos visto que los hechos históricos concretos han ido por otro lado. De todas maneras, en dicho discurso había una gran confianza en Dios y en la persona humana, que siempre tiene la capacidad de retomar caminos perdidos. Hoy en día hay una batalla cultural entre los que sostienen una visión integral de la persona humana y los que parten de presupuestos reduccionistas. Confío en que la belleza de la verdad sobre el hombre podrá prevalecer, pues ya se sienten los síntomas de cansancio de un ambiente nihilista y relativista. En definitiva, todo depende del uso que hagamos los hombres y las mujeres contemporáneos de la libertad, máximo don de Dios en el orden natural. | |||||
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