De tal palo, tal sorpresa
Phoebe Wilson

 

 

 

También su madre

        Si no fuera por el hecho de que son mis propios sobrinos (es decir, que conozco bien a sus padres) juraría que Edie, Bill y Franny salieron de troncos genéticos completamente opuestos. Los chiquillos (de 6, 4 y 2 años) tienen un parecido familiar —pero esto les dura sólo mientras duermen.

        Su madre, mi hermana, es la primera que se rasca la cabeza. “No sé de dónde sacaron personalidades tan distintas…y tan inquietos…y tan fuertes.” De hecho, mi hermana es una de las pocas mujeres que conozco que está más delgada después de haber tenido tres hijos que antes.

        Edie es la princesa, de vestidos largos y cabellos (según ella) dorados, finos y sueltos, que vive feliz en su reino fantástico. Por lo visto, Bill era vikingo en una vida previa —siempre tiene un palo u otra arma de destrucción masiva con que elimina cualquier objeto que obstaculiza su camino. Y Franny observa a sus hermanos con cierta curiosidad crítica, como quien estuviera observando especies silvestres, registrando datos importantes, imitando ciertos comportamientos y sacando sus propias conclusiones. Creo que Franny será filósofa o pintora cuando sea grande (cierto, le gustan mucho las ceras: siempre trae uno en la boca).

De poco sirve planificar         Pero ¿no es un poco así en todas las familias? Formar una familia siempre es un poco como jugar a la tómbola —a ver qué te sale. En la familia, el hombre y la mujer que se unen en el matrimonio para empezar una nueva familia son los únicos miembros que entran en esta nueva sociedad voluntariamente. Los miembros de la familia que vendrán, sus hijos, son un misterio: ¿cuántos serán? ¿quiénes serán? ¿cómo serán? ¿cuándo serán? Los padres pueden hacer una “planificación familiar” pero siempre tendrán sorpresas: pueden planear para tener un hijo, pero no pueden planear tener a Mikey, es decir, a este niño con la sonrisa traviesa a quien le encantan las canciones de Bruce Springsteen, y a quien le choca el apio, y que se ríe a carcajadas si le haces cosquillas en la pierna.
Porque no hay libertad

        Es interesante: las cosas más importantes en nuestra vida, las que más nos afectan como personas, son precisamente las cosas que no escogemos, sino que nos vienen dadas por la familia: nuestros padres y hermanos, el país donde nacimos, nuestra raza y atributos físicos, nuestro temperamento natural, la salud física y mental o la discapacidad. Y vaya que estos factores sí nos afectan, mucho más que la carrera que estudiamos, el candidato por quien votamos, la ropa que compramos.

        No es para indignarnos, sino todo lo contrario. Lo que se podría percibir como una enorme “falta de libertad,” es, precisamente la causa de nuestra mayor libertad como personas. En la familia, el amor es total porque es incondicional, y es incondicional porque no existe la opción de elección: me tienen que querer por quien soy (el paquete completo: lo bueno, lo malo y lo feo). Porque no me eligieron (ni yo los eligí), y porque no me pueden cambiar por otra persona (ni yo los puedo cambiar), y porque nuestra familia (queramos o no) siempre será nuestra familia por el hecho de que “aquí nacimos,” la familia es el único entorno donde tenemos toda la libertad para ser, vivir y desarrollarnos como nosotros mismos y donde somos acogidos, amados y apreciados por quienes somos.

Donde hay confianza

        Obviamente, este no significa que automáticamente la convivencia familiar sea sin conflictos, o que todos los miembros de la familia siempre se lleven bien, o que todas las personalidades en una familia naturalmente sean compatibles, o que los miembros de la familia no tengan defectos que necesiten suavizar. Nuestra propia experiencia revela que es justamente con nuestros padres y hermanos con quienes más chocamos; y no solamente porque son las personas con quienes más tiempo estamos, sino porque son las personas con quienes sentimos más confianza para actuar y decir según lo que realmente sentimos y pensamos. En la familia no existe la presión social que existe en otros grupos humanos (como entre nuestros amigos, compañeros del colegio o colegas del trabajo) y que nos exige controlar nuestras pasiones y disimular nuestros defectos.

        Lo que significa es que con mi familia, puedo ser yo. No tengo que andar preocupado por “hacer el ridículo” o “perder la popularidad” porque no cuentan las apariencias; me conocen por quién soy y me quieren a mí, el yo verdadero —sea princesa, vikingo o comeceras. ¡Qué alivio y qué maravilla!