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Tuvo sin duda ante la vista el papel ennoblecedor y consolador que juega la música en nuestra vida. Pero es posible que profundizara todavía más y considerara que la experiencia musical nos insta a vivir de modo relacional y penetrar en el enigma de la realidad.
Hoy sabemos, por la Física de las partículas elementales, que la materia se resuelve, en última instancia, en «energías estructuradas», es decir, relacionadas. «La materia escribe el físico canadiense Henri Prat no es más que energía dotada de "forma", informada; es energía que ha adquirido una estructura». Todo el universo, en sus diversos estratos, se asienta en el poder de las relaciones. Por su parte, la música es toda ella relación; no se basa en notas, sino en intervalos, que son el impulso que lleva a pasar de una nota a otra, y con intervalos se configuran temas, y, a base de entrelazar temas según las distintas formas musicales, se componen los grandes edificios sonoros. Por eso cada elemento del edificio musical remite a todos los demás. Cuando entramos en contacto con los materiales sonoros, vibramos con los otros siete niveles de la composición. De ahí que, al vivir intensamente ese carácter relacional de las composiciones musicales, nos parezca asistir a la génesis del cosmos, porque sentimos vivamente el poder de las relaciones.
No hay más remedio, si se quiere ser fiel a la realidad de la experiencia estética. Los griegos no sólo cultivaron genialmente los diversos géneros artísticos: la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la literatura Se detuvieron a reflexionar sobre la forma de «crear obras en la belleza», como decía Platón. La Venus de Milo se ve extraordinariamente elegante y bella. Analizándola con los recursos de la matemática, se descubre que está configurada conforme a las dimensiones de la llamada «sección áurea» o «número de oro». Los griegos descubrieron que si se divide una superficie conforme a una determinada proporción se obtiene un resultado muy valioso estéticamente. Ya está aquí operante la relación. Hoy sabemos que la belleza del Partenón se debe a su armonía, y ésta se obtiene vinculando dos cualidades: la proporción y la medida. La proporción es una relación determinada entre las diferentes partes del edificio; la medida es el ajuste entre todo el edificio y la figura humana, tomada como canon. La relación se revela como la raíz de la belleza.
También ellas son relacionales. La comicidad surge, casi siempre, cuando hay una caída de un nivel superior a otro inferior. La gracia, en cambio, implica un ascenso, un salto hacia arriba. Siempre es la relación la que funda el carácter estético de nuestras acciones. Lo sublime es aquello que, por su grandeza, nos invita a elevarnos. Si nos causa pavor, no podemos adoptar la distancia de perspectiva que implica toda experiencia estética. El pavor tiene que ser sustituido por el asombro. Entonces captamos la relación que se da entre la realidad magnífica que nos apela y nosotros que somos invitados a elevarnos a una alta cota de realización.
Expongo los principales temas relativos a la expresividad musical: el lenguaje de la música y sus recursos, su capacidad de glorificar lo sensible y a la vez trascenderlo, el enigma de la inspiración, los ocho niveles de realidad que integran cada obra de calidad Resalto de modo especial el proceso de interpretación y el de audición, porque, vistos por dentro, de forma creativa, constituyen una fuente inagotable de formación humana. Empiezo a oír el «Requiem» de Mozart. Al principio me sorprenden gozosamente las armonías sombrías de la breve introducción orquestal, pero, al entonar el coro las palabras «Requiem aeternam dona eis Domine» («Dales, Señor, el descanso eterno»), quedo sumergido en un ámbito de súplica entrañable, en el cual siento a la vez el estremecimiento ante la hora definitiva, la confianza en el Padre, la esperanza de la vida eterna. Estos sentimientos se incrementan cuando el coro insiste en el adjetivo «aeternam» en oleadas ascendentes. No me extraña que el gran físico contemporáneo Stephen Hawking haya manifestado que, si pudiera llevar algo consigo al morir, elegiría el «Requiem» de Mozart. En verdad, debemos confiarnos a estos auscultadores geniales de la grandeza potencial que albergamos los seres humanos. | ||
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