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En la definición de sus personajes, en la simpatía del narrador, en el tirón de las aventuras... Y, sobre todo, en su calidad literaria y en que su autor consiguió unas historias que reavivan el sentido de maravilla y que ayudan a contemplar la propia vida y el mundo de alrededor con mayor profundidad.
Sí, pero creo que la comparación de «Las Crónicas de Narnia» con la obra de Tolkien puede desorientar un poco. La obra de Lewis tiene un tono infantil intencional que, ya a primera vista, se aprecia en el tono y en los acentos didácticos con los que se cuenta todo. Por motivos literarios, a mi juicio bien fundados, a Tolkien esto no le gustaba e incluso le incomodaba. Pero Lewis, que conocía las reticencias de su amigo, no pretendía escribir relatos plenamente consistentes desde un punto de vista literario, a diferencia de Tolkien. Su intención era otra: él pensaba que, durante su niñez, sus creencias religiosas no se habían desarrollado bien pues le insistían en que debía tener determinados sentimientos respecto a Dios y a Jesucristo, y, como los sentimientos no se pueden forzar, ese modo de presentarle vinculadas la reverencia y la obligación fue contraproducente. Con esa experiencia compuso sus historias: suponía que, si los niños llegaban a querer y admirar a Aslan por sí mismo, tendrían más fácil el camino para luego amar y admirar a Jesucristo. Opinaba que, tal vez así, sus sentimientos se verían menos inhibidos por las deficiencias que inevitablemente notarían cuando se les transmitieran las enseñanzas cristianas.
En su relato autobiográfico «Cautivado por la Alegría», Lewis cuenta cómo, en su juventud, se vio como atrapado entre una imaginación que amaba la naturaleza y los relatos de fantasía, y una inteligencia que durante años consideró todo eso sin significado y sin valor. Llegó un momento, sin embargo, en el que vio la imaginación y la inteligencia como complementarias y, efectivamente, «Las Crónicas de Narnia» reflejan ese modo de pensar y de acercarse a la realidad pues, a la vez que respiran entusiasmo por la vida, estimulan un modo de pensar riguroso.
Al principio, y luego en varios momentos, Lucy es la que guía a los demás. Y sí, siempre dice la verdad, pero en los libros son muchos los episodios en los que, también a través de otros personajes, se subraya la necesidad del reconocimiento de las cosas tal como han sido y como son. Esa sinceridad completa es una condición que Aslan siempre pide para intervenir en favor de quien necesita su ayuda.
«Las Crónicas» pertenecen hace tiempo al grupo de los libros infantiles clásicos, libros que han saltado todas las barreras de tiempo y de lugar pues muchas generaciones de distintos ambientes las han hecho suyas, y esa clase de obras se pueden proponer siempre y a todos los niños. A estas alturas sabemos que «Las Crónicas de Narnia» han sido leídas y apreciadas por muchos millones de lectores sin una formación cristiana básica y podemos suponer que, gracias a ellas, están algo mejor preparados para entender el mensaje cristiano. Pero estamos hablando de unas ficciones imaginativas: no es lógico esperar de ellas que actúen como una obra apologética, ni mucho menos usarlas como si lo fueran. Creo que usarlas así sería perjudicial, por supuesto no merecen elogios literarios por ese motivo, y el mismo Lewis decía que no había que buscar en sus obras ideas cristianas sino, simplemente, leerlas y juzgarlas como lo que son, como historias, dejando que digan por sí mismas lo que tienen que decir. | ||
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